sábado, 22 de agosto de 2009

El día después del desastre: un rayo de sol

Ayer en la mañana no podía despertarme. No quería llegar a la pega y si lo hice fue porque mi sentido del deber sigue estando bien puesto.

— ¡Hola Anaís!
— (Con cara de culo) Grfola
— Buenos días...
— Hogrflp.

Todos con tremendas sonrisas, como si les gustase venir a trabajar a esta oficina del demonio, donde te estrujan como un limón y cuando no das más jugo te botan.

Tengo ganas de asesinarlos a todos, incluso a Angie, que el día del desastre trató de consolarme diciéndome “no importa, porque el trabajo bien hecho crea energías a tu alrededor que te permiten crecer y realizarte” y ya no me acuerdo qué otras pelotudeces más porque la mandé a la mierda.

Tampoco quise seguir entrando al blog. Tenía tanta rabia que ni siquiera un millón de abrazos virtuales hubiesen podido calmar mis ánimos.

A la hora de almuerzo no esperé ni a Angie ni a Andrea. Simplemente salí más temprano y ni siquiera bajé al casino, sino que me fui por un Subway absolutamente grosero que rematé con un helado de chocolate por ahí.

De repente me olvidaba de que mi ego profesional se había reducido como las antenitas de un caracol y hasta podía disfrutar de los rayitos de sol de invierno. Pero al rato el tema volvía: la rabia y la frustración se agolpaban en mi mente y ni me daba cuenta cuando comenzaba a murmurar cual vieja bruja las pestes más grandes de mi Némesis y de mi jefe.

En la tarde traté de concentrarme en la pega, pero después de la última campaña que hice, en verdad no hay mucho que hacer. Así que perdí mi tiempo navegando por internet y viendo videos de YouTube pensando que lo hacía como una verdadera rebelión contra el sistema, contra mi trabajo.

Esperé que llegara la hora de salida y llamé a Óscar. Supongo que mi voz le debe haber sonado como si estuviera pidiendo auxilio mientras me ahogo en medio del mar, porque de inmediato me dijo que sí, que llamaba al tanto para cancelar no sé qué y que por favor lo esperara porque se iba a desocupar más tarde.

Así que eso hice, esperé que se fueran todos y me quedé como la viva imagen del patetismo, sentada en mi escritorio jugando solitario con casi todas las luces apagadas, esperando la llamada de mi amigo.

Sin embargo hay una imagen que me quedó dando vueltas y que todavía no me puedo sacar de la cabeza. Ayer, cuando me iba a juntar con Óscar a hacer terapia en base a desahogos, golpeaditos y llanto, me topé con ella a la salida del trabajo.

Como si estuviera en una película, me meto al ascensor y allí estaba: Catalina, mi Némesis. Me mira y con un tono de voz neutro, muy seria y más cortante que empática me dice: “no me parece justo lo que te pasó. Te vi trabajando duro y merecías la misma oportunidad que yo. El jefe estuvo mal y se lo dije”.

Y yo, tontamente, creo que sólo atiné a decir un vacío “gracias, no te preocupes”. Es increíble cómo la misma persona que fue capaz de arruinar mi día, ahora me enviaba un pequeño y reconfortante rayo de sol.

jueves, 20 de agosto de 2009

Time is money

— ¡Da más energía al condensador Igor!
— Sí, amo.
— ¡Por fin! Mi creación está viva... ¡¡¡VIVA!!!

Me miro al espejo: el pelo revuelto, las ojeras de varios días, el caracho pálido como chirimoya. Me siento como el doctor Frankenstein: mi creación está por fin terminada. Me pasé dos semanas trabajando en ella, aunque por supuesto los últimos días me desvelé afinando los detalles. Se trata de la presentación de una completísima campaña de relaciones públicas y publicidad con la que engancharemos a un “cliente tan importante que podría cambiar para siempre el rumbo de esta empresa”.

A mi jefe le gusta dramatizar. Le hemos escuchado la misma frase un sinfín de veces, y la empresa nunca ha cambiado de rumbo por eso: sigue pagando los mismos sueldos, recorta personal cada vez que puede y llora pobreza a la hora de pagar los aguinaldos.

Pero no importa: se trata de un desafío personal. Demostrarme a mí misma que puedo hacer un excelente trabajo. Escuchar los murmullos de aprobación de los clientes y ver la admiración en la cara de mis compañeros es casi tan maravilloso como tener tres orgasmos seguidos.

Esa mañana llego a la empresa con 45 minutos de anticipación. No he dormido en toda la noche, pero hay pocas cosas que un buen maquillaje y el ánimo en alto no puedan arreglar. La sala de presentaciones está vacía, así es que abro, ordeno las sillas, bajo la pantalla, pruebo el datashow y me aseguro de que todo funcione correctamente. Hasta me doy el tiempo de preparar los cafés para que no queden como agua de calcetín.

De pronto oigo ruido en el pasillo: es mi jefe, conversando con los clientes. Me arreglo la falda y reviso mi peinado en el reflejo de la cafetera: no podría verme mejor. Entonces salgo a recibirlos... Y me encuentro cara a cara con Catalina, mi Némesis.

— Ah, hola Anaís.
— Ho... Hola. ¿Qué haces aquí?
— Voy a hacer la presentación a los clientes.
— ¿Cómo?
— ¡Mi querida Anaís! —mi jefe me ve y me saluda de mano— ¿Conoces al señor Respingado y al señor Caradeasco? —los saludo con mi mejor cara de “soy una profesional que está enterada de todo lo que pasa”— Ellos son los que tomarán la decisión de cuál es la mejor campaña.
— ¿La mejor campaña...?
— Claro, la mejor campaña —mi jefe me mira como si estuviera tratando de decirme que la tierra es redonda—. Y creo que deberíamos empezar con la de Catalina, que ha estado trabajando muy duro estos últimos días. ¿Pasamos, señores?

Antes de que pueda decir “yo he estado trabajando dos semanas” ya están todos adentro, tomando café con galletitas y agradeciéndole a Karina, que acaba de llegar, por tener todo listo y arreglado. Mi Némesis se adueña entonces de la situación y en quince minutos hace una presentación magistral, que deja a los clientes y su equipo evaluador con la boca abierta. Yo misma debo reconocerlo: la campaña es excelente. Al punto que me cuesta creer que mi Némesis haya trabajado con los mismos creativos y diseñadores con los que trabajo yo.

Mi jefe, por supuesto, está feliz con su chiche. Con la sonrisa de oreja a oreja, le pregunta a los clientes si están satisfechos. El señor Respingado y el señor Caradeasco conversan entre ellos en voz baja, sin escuchar siquiera a su equipo evaluador.

— Me parece muy bien, está aprobado —dice Caradeasco—.

Yo miro a mi jefe con cara asesina: él parece leerme la mente.

— Pero... ¿no quieren ver la segunda presentación...?
— No me parece necesario —dice Respingado—. Además, mientras menos tardemos en esto, mejor. Time is money. Ja ja ja.

Mientras yo intento recoger mis pedazos del suelo escondida tras una risa más falsa que la cara de Michael Jackson, puedo ver que mi Némesis, con su tranquilidad de siempre, pregunta si puede retirarse, porque tiene mucho trabajo que hacer.

Qué deseos tengo de mandarle al monstruo de Frankenstein para que la ahorque durante su sueño.

domingo, 16 de agosto de 2009

Solteros apetecibles

— Mira, yo soy descendiente de franceses, pero a mí los Renault me cargan. Son súper paneros y es súper difícil venderlos. Al único que tuve se le rompió la homocinética y tuve que mandar a hacerle una nueva. Me costó un ojo de la cara y me duró menos de diez mil kilómetros. Es que el acero nacional es muy rasca.
— ¿Sabes a los pacientes que más detesto? Esos que son sabelotodo y que antes de ir a la consulta revisan sus síntomas por Internet y cuando llegan te dan un diagnóstico completo de lo que tienen. A veces incluso te recomiendan algunos medicamentos... Son terribles.

Y yo estoy en medio de esta conversación. Vale, crecí con un papá médico, no me quedo descolgada cuando hablan de apófisis, nulíparas o síndrome de Martin y Bell. Pero de ahí a estar interesada en un par de solteros harto porfiados de cara que se la pasan hablando todo el día de pacientes y autos... ufff.

¿En qué estaba pensando mi hermano cuando me invitó a cenar con este par de ‘buenos partidos’? ¿Que me iba a derretir por tipos tan aburridos como Julián pero con menos pinta que Jack Black?

Parece que algo de mis dramas amorosos debo haberle filtrado a Enrique, porque el viernes me llamó para invitarme a cenar ayer sábado. Aunque me pareció algo raro, nunca sospeché lo que realmente se traía entre manos. No fue hasta que llegué a su casa y me encontré con sus colegas que entendí lo que pretendía. Hasta siento que se está desperdiciando el carménère que traje, a medida que el doctor Panzas llena una copa tras otra.

— ¿Qué opinas tú, Anaís? —me pregunta de pronto el doctor Cejudo— ¿Las mujeres prefieren los autos con control crucero o prefieren que les maneje el marido en carretera?
— ¡Mejor no dejarlas! —el doctor Panzas ni siquiera me deja empezar mi respuesta— ¿Te imaginas que se pongan a retroceder en la Ruta 5 Sur para volver a un puesto de frutas que se les pasó? Jajaja.

Miro a mi hermano con cara de ‘¿por qué chucha los invitaste?’, pero si se da cuenta, se hace el desentendido a la perfección, el muy...

De ahí siguen conversando de mujeres, como si mi cuñada y yo fuésemos un par de fotos.

— ¿Sabes las mujeres que me irritan? —mi hermano está muy animado con el temita— Esas que se ponen todo pudorosas cuando van a la consulta y no quieren que las toque ni ahí, ni acá ni acullá. ¡Como si fuera la primera vez que veo vaginas! Eso es lo que me llamó la atención de mi Nachita cuando fue a verme por primera vez: no tuvo ningún problema en que la palpara ni nada.
— Las mujeres en la consulta son de lo más irritante: siempre te están diciendo qué medicamento es el mejor para ellas, se pasan automedicando, les das las instrucciones clarísimas y al final lo hacen a su pinta, porque según ellas así se mejoran más rápido.
— Me acordé de un chiste —interviene el doctor Panzas; yo empiezo a observar la puerta con ojos lánguidos—. El marido llega a la cama con un vaso de agua y un par de aspirinas. La mujer lo mira y le pregunta ‘¿por qué traes eso si no me duele la cabeza?’ Y el marido responde ‘¡Ajá!’

Risa generalizada. Hasta la Nachita hace retumbar el comedor con sus carcajadas hiposas. Yo, sin ninguna excusa para huir, decido poner fin a la conversación dirigiéndome a los doctorcillos.

— Qué suerte tienen ustedes que nunca tendrán una esposa para que les alegue por dolores de cabeza.

La cara que pusieron está entre los recuerdos más gratificantes de mi semana.

viernes, 14 de agosto de 2009

5 cosas que adoro

Antes que todo agradecer a San por otorgarme nuevamente un premio: ¡Muchas gracias!


Estos últimos días he tenido poco tiempo para contarles sobre mí y hasta poco tiempo para escribir en sus blogs. Les pido disculpas: me encanta pasar a visitarlos, leerlos y dejarles un mensaje y si no lo hago es porque no he podido.

Desde la semana pasada estoy trabajando como enana en un proyecto súper estrella que me encargaron y con el cual quiero lucirme. Eso ha significado dormir poco o mal, andar con unas ojeras Frankenstein y tomar café como si fuera agua.

Mi cara y mi humor son los signos evidentes de cansancio. Pero no los únicos. Además, me he puesto vieja y adicta a las sábanas. Estoy feliz porque sea viernes, pero no para salir de happy hour... sino para ir a refugiarme en ese búnker blando y calientito llamado cama, y poder dormir hasta la hora de almuerzo, cuando seguramente me levantaré y vestiré a lo zombie para ir a sentarme a la mesa de mi madre.

Pero bueno, esta es una ocasión feliz, he sido premiada y nada menos que con el Premio “J’Adore ton Blog”, un premio hermoso que, para ganármelo y poder lucirlo con orgullo en mi lista de premios tengo que primero escribir 5 cosas que adoro. Así que aquí van:

1. Adoro escribir. Es una forma de liberarme y, he descubierto con muchísima satisfacción, encontrar gente que comparte mis emociones y sentimientos, me apoya y me aconseja (¡muchas gracias!). Si bien es cierto no es nuevo para mí escribir un diario de vida (lo hago desde pequeña), si es nuevo el hecho de compartirlo... y, debo decirlo, ha sido una experiencia gratísima que espero que continúe por mucho tiempo (mientras no los aburra, creo yo... jeje).

2. Adoro juntarme con mis amigos. Me encanta verlos y hacerlos reír, me gusta saber que la vida durante unos segundos se reduce a la risa franca. Pero también me gusta la otra parte, me gusta acompañarlos y estar con ellos en la risa, pero también en la pena. Para mí, esa es la verdadera amistad.

3. Adoro cocinar... el problema es que también me gusta mucho comer lo que cocino... jajajaja (mi placer culpable). Me encanta probar nuevas recetas o hacer modificaciones para dejar todo “a la Anaís”.

4. Adoro cómo se pone el día justo antes de que llueva (justo como está ahora afuera). Cuando comienza a correr ese viento tibio que se lleva las últimas hojas de los árboles. Me encanta caminar con mi abrigo y escuchando música a través de esa brisa que me revuelve el pelo, me encanta ver cómo las nubes comienzan a complotarse para mojarnos... simplemente ¡me encanta!

5. Adoro que mis proyectos resulten. Es cierto, y creo que ya lo he dicho, soy bien organizada y perfeccionista y me gusta que las cosas funcionen bien. Me gusta planear cada detalle, ejecutarlo y ver que todo funciona a pedir de boca. Crucen los dedos para que el proyecto en el que me estoy quemando las pestañas resulte.


Y ahora, las reglas: debo premiar a otras 5 personas. Pero antes una explicación: perdonen si a veces repito los blogs premiados, pero tengan en cuenta que si lo hago es porque creo que se lo merecen. Aclarado el punto, paso a informarles que los blogs premiados son:

Michelle
Blanky
Saruki
J. Carlos
Yo, la que olvidaste


lunes, 10 de agosto de 2009

La princesa caballero

Después del último numerito de Simón sería fácil para mi echar en un mismo saco a todos los hombres y decir que son todos cortados por la misma tijera: frescos que rehúyen el compromiso. Pero no es lo que pienso.

No me parece que los hombres, como género, le teman al compromiso. No creo que en los genes del cromosoma Y haya un patrón anti-matrimonio o algo así. O por lo menos no más que en las mujeres.

No creo que el hecho de que Simón no se atreva a ponerle un nombre a nuestra relación se deba a lo que tiene entre las piernas. Ni siquiera a lo mejor es un problema de madurez. O quizás no es sólo eso. Mi tesis es que ellos también están buscando a “la elegida”, a la mujer de sus sueños, pero en el intertanto son bastante más flexibles que nosotras.

Suelen decir que las mujeres somos las del instinto y la percepción, pero yo creo que los hombres también los usan al momento de entablar una relación. Ellos, casi desde el primer minuto, saben cómo enfrentar la relación o “para qué da”. Si es una relación “seria” o vas a ser una diversión “mientras tanto”, no hay cómo saberlo. No depende sólo de nosotras, sino también de ellos y el momento por el que estén pasando. En el intertanto que ellos deciden si clasificarnos en una u otra.

Hay una cosa que va a marcar en qué lado de la cancha quedemos: el nivel de interés que mostremos nosotras versus el que tengan ellos.

Puede que esté equivocada, pero me da la impresión de que entre más interés mostremos, tanto peor para nosotras mismas, pues si éste no se condice con el de ellos, corremos el riesgo de que nuestro galán de turno, al sentirse poco menos que acosados, ponga pies en polvorosa.

Quizás se deba a que quieren ser ellos los que tomen la iniciativa, los que descubran a la Cenicienta y se la lleven a su castillo. Quizás no les gusta sentir que su princesa se enfrentó con el dragón y escapó de la torre sin su ayuda.



jueves, 6 de agosto de 2009

Ovarios hiperestrogenados

Ayer Óscar me invitó a un trago para conversar. Me pasó a buscar a la pega, pasamos al super a comprar un par de cosas para comer (y tomar, obvio) y de ahí nos fuimos a su departamento.

Mientras él cocinaba y yo ordenaba un poco por aquí y por allá, Óscar me contó, como siempre lo hace, las últimas novedades y chismes que se manejan dentro del mundillo periodístico y alegó una vez más contra la concentración de los medios, lo que le dio el tiempo suficiente para cocer los ravioles, calentar la salsa de queso y servir la comida. Siempre tan en punto él.

Me disponía ya a comer el segundo bocado y elogiar la cocina Express, pero sabrosa de mi amigo cuando me lanza un “Anaís estoy chato, en este país de mierda no hay pega, y cuando la hay, contratan a cualquier mequetrefe hijito de su papá que apenas si sabe escribir”.

- Pucha, Óscar, pero ¿no tienes nada de nada?
- O sea, igual me consigo pitutos por aquí y por allá, tú sabes cómo es este medio de mierda: te llaman cuando se les para el hoyo – mi amigo es bien florido para hablar, sobre todo cuando se emputece.
- ¿Y la pega esa en la revista de decoración?
- ¡Ni me hablí de esa weá!
- ¿Qué onda, qué pasó?
- Puras minas parás de raja, hijitas de su papá que me miraron a huevo desde el primer día... ¿y sabí por qué? Porque soy hombre – a pesar de que Óscar estaba enrabiadísimo contándomelo, no pude evitar reírme... hasta me salieron un par de lagrimones de tanta risa.
- Por ser... ¡¿Hombre?!... jajajaja – por suerte mi abierta burla sobre la paradoja que eso significaba (teniendo en cuenta la orientación sexual de mi amigo) relajó el ambiente y a los 2 segundos estábamos los dos muertos de la risa.
- Pa que veai poh... jajajaja. No en serio, la cagá de revista es un reducto de ovarios hiperestrogenados. Todas bien ABC1 con casa con perro y 1 ó 2 pendejos y marido ingeniero. De esas que veranean fuera de Chile, pero no en Cancún porque encuentran que va todo el rasquerío pa allá.
- Pero no entiendo, ¿qué te hicieron? Porque algo te deben haber hecho esas minas para que te caigan tan mal, y no sólo eso, sino para sacarte de la revista.
- Lo típico que le hacen al pajarito nuevo que quieren cagar: me encontraban todo malo y siempre mis artículos tenían un pero. Al final me dijeron que las perdonaran que ellas se habían equivocado en elegir porque claramente yo no era la persona que buscaban y que no daba con el ‘perfil del medio’ – dijo haciendo las comillas con los dedos e imitando el hablar pelolais con la papa en la boca.

Es cierto, me dio rabia. Conozco a mi amigo y sé que es un muy buen profesional y me duele que pase por este tipo de situaciones. Me da mucha bronca que este país quiera tan poco a los buenos elementos y el pituto y el compadrazgo sigan siendo institución.

Lo bueno de Óscar es que desde que lo conozco (desde la U, imagínense) nunca se ha echado a morir. Es muy positivo y siempre se las rebusca para salir adelante (cualidad que yo admiro mucho en él).

Pasamos una noche entretenida y después de comer se nos ocurrió bajar a la botillería para tomarnos unos golpeaditos y brindar porque a pesar de todo y de todos decidimos que la vida no nos va a dejar de sonreír aunque tengamos que hacerle cosquillas para conseguirlo.


lunes, 3 de agosto de 2009

Sobre infidelidades, mentiras y egoísmo

Tengo una seria complicación con el tema de la infidelidad. Hace once años, cuando estaba en el colegio, yo creía que ser infiel era lo peor que podía llegar a hacer alguien a su pareja: un acto tan terrible que sería imposible de ocultar; una traición tan tremenda que sería imposible volver a mirar a la pareja a los ojos; una herida tan atroz que jamás podría sanar...

Y luego de esto fui infiel. No una, sino muchas veces. No es algo de lo que me sienta orgullosa, pero tampoco me arrepiento ni siento que le debo disculpas a nadie. Julián, que era mi novio de ese entonces, nunca se enteró, y a estas alturas no creo que sea necesario que se entere.

Durante mucho tiempo le eché la culpa a él: a él se le metió en la cabeza la idea de que no podíamos acostarnos hasta casarnos y cuando entré a la universidad y probé de la manzana prohibida, me gustó. Al comienzo tuve mis dudas, por supuesto, y me sentía pésimo cada vez que me acostaba con Juan Luis. Luego terminé con él y traté de volver a serle fiel a Julián, pero me costaba mucho más. Traté de insinuarme, de sugerirle con mi ropa y con sutilezas que tenía ganas de hacerle el amor —porque en realidad llegué a amarlo—, pero él nunca se dio por enterado.

Incluso cuando llegué a preguntárselo directamente, Julián me dijo que debíamos ser pacientes, “que sólo nos faltaban unos años para recibirnos y entonces podríamos casarnos y hacerlo todo lo que quisiéramos”. Yo lo amaba y no quería dañarlo... Pero tampoco podía negar que necesitaba el elíxir del sexo... Es exquisito, embriagante. De hecho, cuando finalmente lo hicimos con Julián, me sentí plena, porque por primera vez sentía que estaba haciendo el amor, y eso me encantó, incluso si Julián era un torpe y yo tuve que hacerme la bebita virgen e inexperta.

Cuando me casé con él, nunca más le fui infiel. De hecho, desde entonces no he vuelto a jugarle sucio a ninguna de mis parejas. Ahora, si no me siento a gusto con alguien o me doy cuenta la relación no está funcionando, trato de enfrentar directamente el problema.

¿Volvería a ser infiel? No lo sé. No puedo decir que “he aprendido la lección”, porque todavía no sé de qué se trataba la lección o cuál es la moraleja. Lo poco que he podido sacar en limpio me lo explicó Óscar con peritas y manzanas: el ser humano es débil y se impone metas casi divinas. No está mal equivocarse, me dijo, lo que está mal es no tomar las precauciones necesarias para que esas equivocaciones no pasen a mayores.

Óscar se refería a mi actitud de pendeja de no usar condones ni pastillas para “forzarme a ser fiel”. Pasé más de algún susto, y hasta hoy no sé por qué santo de esos en los que no creo no quedé embarazada ni me pesqué nada más grave que algún honguito loco.

Otra cosa que me hizo entender Óscar es que, si realmente amaba a Julián y quería casarme con él, no valía la pena contarle todo lo que había hecho. “Eso sería egoísmo”, me dijo, “eso sirve para aliviar la conciencia, pero lo único que harías con eso es que Julián te patearía, porque nunca podría entenderte. La mayor parte de la gente no quiere que le digan la verdad: está pidiendo a gritos que le mientan, que le hagan creer que existen las personas buenas, fieles, correctas y perfectas. En el fondo, todos saben que eso es mentira: que todo acto de bondad tiene algo de maldad y todo acto malévolo tiene algo de bondadoso. Pero somos humanos: nos cuesta ver el mundo en colores”.



 
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