— Ya no quiero más. Llevo menos de una semana y ya me quiero ir.
— Hum.
— ¿Estaré loca? Tengo estabilidad, un buen sueldo, mi propio departamento, mi jefe me tiene súper bien evaluada, hasta me dan facilidades para volver a trabajar... Puedo entrar a las 10 e irme a las 5 para no perder la kinesioterapia...
— El azúcar.
— Toma. Ahora estoy sola, cierto, pero me siento bien, me siento... Sólida, no sé. ¿Será muy loco pensar en hacer mi propia empresa? O sea, tengo plata ahorrada, me falta muy poco para terminar de pagar el departamento, no necesito mucha inversión para lo que quiero hacer.
— Ajá. Acércame el pan.
— Aquí está. O sea, no sé. Me pongo nerviosa de pensar en hacer las cosas por mi cuenta, de partir de cero, la incertidumbre, no sé. Ay, no sé, no sé nada.
— No te mires en menos.
— ¿Ah?
— No puedes decir que no sabes nada. Tienes miedo, eso es todo. ¿Y qué tiene de malo tomar un riesgo de vez en cuando? Eres joven, inteligente, tienes buenas ideas y amigos que te ayudan. Están muy ricos esos sándwiches, ¿los hiciste tú?
Con eso, mi papá da por terminada la conversación de la once familiar. Por supuesto, mi mamá ya no está en la mesa (se fue a hacer no sé qué cosas a la cocina). Como buena madre, ella es la voz de la prudencia: se enfureció conmigo porque me separé de Julián, lloró cuando me fui a vivir sola y tembló de miedo cuando mi papá abrió su consulta privada. No hay forma de hacerle entender que nada es seguro, que nada es para siempre, que nadie tiene la vida asegurada. En el fondo, mi mamá es una ingenua que cree que siendo buena y creyendo en Dios a uno no le puede pasar nada malo en la vida.
Pero mi papá me deja mucho en qué pensar. Es increíble cómo con unas pocas palabras me dijo tanto. Por un lado me reafirmó que yo puedo hacer otras cosas si realmente lo quiero, y por otro lado me dejó con una serie de preguntas: ¿Cuán importante es la seguridad? ¿Vale la pena hipotecar mis sueños por un depósito mensual?
Vale, no son sueños tan ambiciosos: no quiero fundar una multinacional, ni ser presidente, ni siquiera ser millonaria. Pero cuando estudiaba en la universidad soñaba con hacer mi propia empresa, pequeña, da lo mismo, pero en la que pudiera sentirme dueña de mi futuro. Y, lo reconozco, también quiero sentirme una tirana, fustigando a mis socios y empleados para que construyan mi pequeña pirámide.
El problema es que, además de plata, un proyecto así necesita tiempo, mucho esfuerzo, dedicación total. Y quizás signifique abandonar muchas actividades que me consumen tiempo.
Estaba a punto de decir que no sé nada y me acordé de lo que dijo mi papá. Tengo miedo, ese típico miedo que da la incertidumbre, el mismo miedo que tenía cuando me di cuenta de que debía separarme de Julián por mi propia sanidad mental. El mismo miedo que debieron haber sentido los navegantes vikingos antes de zarpar hacia mares desconocidos, al oeste, allá donde se acaba el mundo y viven monstruos horrorosos.
Pero claro, esos son sólo cuentos de las abuelas que no quieren que las abandonemos.
miércoles, 7 de octubre de 2009
Más sabe el Diablo por viejo...
jueves, 2 de julio de 2009
7 cosas que amo de mi
San, mi ángel malo, me dejó una tarea la semana pasada. Quería dejarla programada para el fin de semana, pero la verdad es que el viernes andaba con tantos nervios por la invitación de Simón que al final no hice nada. Además me parecía injusto hacerlo a la rápida, así las cosas no valen ¿no?
Así que desde ayer he estado pensando y cuando se me han ido ocurriendo las he ido anotando en la libretita que siempre llevo a todas partes conmigo, y que es como mi ayuda-memoria. Y ahora que tengo este tiempito post almuerzo aprovecho de escribir esta entrada.
1. Mi determinación: cuando me pongo un objetivo generalmente lo cumplo. No hay sacrificios demasiado grandes si se trata de lograr lo que quiero. Soy de ideas fijas y si algo se me pone entre ceja y ceja, lo más probable es que lo consiga.
2. Mi pelo: me encanta mi pelo. Lo tengo más o menos largo y lo cuido como el bien preciado que es para mí.
Desde que era chica recuerdo que mis visitas a la peluquería era una especie de rito, como ir al santuario desde donde podía salir iluminada y con una sonrisa de oreja a oreja o con una cara de 5 metros, sintiéndome la chica más desgraciada del universo.
3. Ser leal: me considero una persona leal. Si un amigo pide mi ayuda, yo me pongo mi armadura y puedo salir a defenderlo del dragón de Komodo si es necesario.
4. Que soy soñadora pero práctica. Me gusta esa dualidad que tengo, a veces me puedo devanar los sesos pensando mil posibilidades, pero a la hora de los quiubos siempre tengo un plan armado para salir airosa de la situación (o casi… jeje).
5. No ser cuadrada: aunque estudié una carrera comúnmente considerada “cuadrada”, no me considero así. Estudié Ingeniería, pero desde siempre he tenido un gran apego a las humanidades, especialmente a escribir. Mi papá tenía una gran biblioteca en casa y desde pequeña comencé a devorarla poco a poco.
6. Yo aporto la sonrisa: siempre hay una Anaís lista y dispuesta para reír y hacer reír, una Anaís que salva de las situaciones más incómodas para salir muy campante (como el happy hour que les comenté). Cuando estoy en grupo, siempre trato de poner el equilibrio y las risas (aunque no siempre me resulta, pero al menos la mayoría de las veces me sale bien).
7. Mi capacidad de “novelizar”: creo que ya se han dado cuenta… jeje. Me encanta pensar en mí como la heroína de mi propia novela, con galanes y villanos. Siempre mi cabecita está trabajando para crear un guión de cada cosa que me pasa.
Ojo que no por eso pierdo la sensación de realidad (ahí entra mi lado práctico). Es como el típico sketch de la chica imaginándose cosas en una nubecita y después volviendo rápidamente a la realidad :P
Es un meme, una tarea virtual, así que tengo que dejarle el mismo encargo a otras personas.
Les cuento de qué se trata: tienen que escribir las 7 cosas que aman de ustedes, todo un ejercicio de amor propio… jeje.
Y los nominados son…
Moni
Blanky
J. Carlos
Maricarmen
Beetlejuice Girl
Srta. Morfina
Yo, la que olvidaste