-¿Qué es esto?
-Tu liquidación.
-Pero si todavía faltan dos semanas...
-No sé yo. Tienes que firmar ahí.
-No pienso firmar: aquí dice que me despiden por incumplimiento de contrato.
-Yo no sé nada, pero tienes que firmar.
Por supuesto, no firmo ni una mierda. Voy a buscar a mi jefe para que me explique qué pasa. Pero el muy cobarde no está en su oficina, ni en ninguna parte. “Está en una reunión muy importante con uno de nuestros clientes”, me dice su secretaria. Le estiro la lengua y averiguo que, además, se llevó a mi reemplazo, el que estaba entrenando. Así es que sumo dos más dos y pienso que más de algún abogado estaría feliz de llevar mi caso a la justicia laboral... Sobre todo ahora que la reforma penal llegó a Santiago.
Más adelante pensaré en eso. Por ahora, tengo asuntos que cerrar en la empresa (no me pienso ir antes de que se cumplan las tres semanas desde que di el aviso), contactos que afianzar y mucho trámite legal que hacer para poder abrir la empresa que estamos creando con Angie, Óscar y Andrea.
Las cosas se han precipitado en la empresa: desde que se supo que me iba, todo el mundo me mira como un bicho raro. Pero al final, todos los que han trabajado conmigo me felicitan por mi decisión y me dan ánimos para emprender mi nuevo camino. Algunos incluso me confiesan que tienen ganas de renunciar desde hace tiempo, pero no se atreven.
Pero la sorpresa más grande me la llevé cuando mi Némesis (que esta última semana se ha quedado con todos los trabajos que me habrían correspondido a mí) se acercó ayer a mi oficina y me preguntó, sin rodeos, por qué me iba. Y le conté. Su respuesta no se hizo esperar.
-Guau, Anaís... Me... Parece muy valiente de tu parte.
-Es decir, lo encuentras una mala idea.
-No, para nada. Tiene mucho sentido. Además, te he visto trabajar: siempre sabes muy bien qué quieres y cómo conseguirlo. Te va a ir muy bien como independiente. Estoy segura.
-Gracias, Cata.
Estaba a punto de salir de la oficina cuando se dio vuelta y agregó:
-Oye... Y si... necesitas una socia... Bueno, no sé. Considérame como una posibilidad. ¿Vale?
Me quedé muda unos segundos. Alcancé a murmurar un incomprensible “gracias” y se fue.
Me queda tanto por vivir, tanto por hacer... Y tan poco tiempo. También podría contar acerca de Aníbal, que estamos saliendo más seguido, que me está aconsejando en la parte logística y que está haciéndome contactos en la empresa donde trabaja. Es algo extraño esto que estamos armando, como un gólem que cada día toma más forma y fuerza, como una bola de nieve creciendo bajo mi control.
Necesito crecer, necesito espacio y tiempo para dedicarlo a mi vida y, desafortunadamente, siento que reflexionar tanto sobre mi vida en este diario me quita energías para vivirla.
¿Es posible eso? ¿Que los escritores sean personas que viven sus vidas a través de sus escritos, de sus personajes porque son incapaces de hacerse cargo de sus propias vidas?
Todos estos meses que llevo escribiendo este diario siento que he vivido más como un personaje que como persona. Que las historias que relato tienen más vida que mis recuerdos. Por ejemplo Simón, que no es más que un accidente en mi vida amorosa, cobra en mis escritos una importancia desmedida. A veces me da vergüenza revisar lo que he escrito y leerme tan melodramática, tan autocompasiva... Y me da pena ver que a las cosas y personas que realmente me importan (las onces familiares, mi papá, Óscar, Andrea, Aníbal) les dedico apenas un par de oraciones o un post efímero.
Quizás por eso he estado escribiendo menos estas últimas semanas.
No sé, lo único que tengo claro es que ya no me siento tan motivada como cuando empecé a escribir, leer otros blogs, responder mis comentarios. Y no es porque no me guste leerlos a ustedes o porque me aburran. Me siento feliz de haberlos conocido, de haberlos sentido tan cerca mío en esta aventura de pocos meses, y seguiré leyéndolo(a)s como siempre. Pero ya no escribiré más en este blog. Y me duele decirlo, porque he conocido a personas maravillosas en este mundo del blog y sé que, aunque trate de no perder el contacto, inevitablemente nos iremos alejando.
Es por ello que quiero enviar un abrazo muy fuerte a quienes me han seguido desde el principio: Blanky, Señorita Morfina, Pau (Señorita Templaria), Beetlejuice Girl, Michelle, Nina Giordano, Saruki, Sandra y, por supuesto, San (Corazón de Nuez), José Carlos y Leslie Miranda. Tampoco puedo dejar de lado a algunos que se sumaron más tarde, pero que he sentido muy cerca mío: Mely, Floripondia, Francisca, Polin, una Nadia, Guadyx...
Podría dedicar una entrada entera a agradecerle a todos los que han pasado por mi blog a mis 56 seguidores y a todos los que me han dejado mensajes hermosos. Me han consolado cuando he estado mal, han celebrado mis alegrías y, sobre todo, me han aceptado y me han querido como soy, con mis grandes defectos, mis tonterías y mis desvaríos.
Me duele terminar este diario, esta tribuna donde tantos me han leído y yo he leído, pero alguien muy sabio me dijo una vez que para que las cosas terminen bien, hay que ponerles un punto final y no hacerle alargues innecesarios (¡Aprendan, guionistas de teleserie!). Si no, lo hermoso es tragado por la indiferencia, por la amargura de tener al muerto pudriéndose en la habitación cuando podría estar enterrado y haberse convertido en un bello recuerdo.
Así es que para cerrar, con el punto final que corresponde para este diario, pero que es sólo un punto seguido en la vida de Anaís Sandiego, les dejo este hermoso cuento de Cristina Peri Rossi.
Un abrazo a todos. Los llevaré siempre en mi corazón.
Con amor,
viernes, 30 de octubre de 2009
Hasta siempre, blogspot
miércoles, 21 de octubre de 2009
De cierres y bienvenidas
-¿Qué es esto?
-Mi renuncia.
-Anaís, ¿es broma, verdad?
-No. Es en serio. Muy en serio.
Mi jefe está boquiabierto, casi parece destruido.
-Anaís, pero... No puedes irte, te necesitamos más que nunca...
-No me voy de inmediato. Me quedo otras tres semanas para que tengan tiempo de contratar un reemplazo.
-A ver, no se trata de eso. Tú llevas muchos años en la empresa, sabes cómo se hacen las cosas y no podemos dejar nada al azar.
-Lo sé. De hecho, me tomé la molestia de buscar a alguien muy capaz que podría reemplazarme, si en verdad necesitas un reemplazo. Puedo capacitarlo estas semanas.
-Mira, si es un problema de cuánto ganas, podemos discutirlo. Pero no sé si se pueda aumentar mucho más, tienes que entender que tienes un buen ingreso para tu puesto...
-No se trata del sueldo.
-¿Te hizo una oferta la competencia?
A esas alturas, mi jefe me ve como una traidora: casi me lo imagino revolcándose en el suelo, cual Julio César, mientras exhala un “¡Tu quoque fili!” entre gárgaras de sangre. ¿Cómo explicarle que abandono la seguridad de mi pega para empezar yo mi propio negocio? ¿Porque quiero volar con mis propias alas? ¿Porque creo que las asesorías psicológicas son un buen negocio y quiero trabajar con Angie y con Óscar?
Tengo dos amigos cesantes, buenas ideas, algo de capital ahorrado y ganas de hacer cosas por mí misma. E incluso tengo un jote revoloteando por ahí que me apoya y no ve mis desvaríos como locura.
Aníbal. Salimos el fin de semana. Esta vez él no me robó un beso, ni siquiera intentó acercárseme. Simplemente nos contamos nuestra vida: él es apenas unos años mayor que yo, pero parece que hubiese vivido tres de mis vidas. Hijo de madre soltera, se sacó la mugre estudiando para poder entrar a la universidad. No tenían buena situación, pero tampoco les faltó nunca qué comer, aunque sólo recibía ropa como regalo de cumpleaños y Navidad. Finalmente, se tituló de ingeniero --era el sueño de su mamá--, pero ella falleció de cáncer poco después de que consiguiera su primer trabajo como ingeniero.
Y aunque la ha pasado muy mal en su vida y su papá apenas se apareció un par de veces, él no le guarda rencor y anda siempre con la cabeza en alto, feliz. Y, debo reconocerlo, a mí me fascina su vitalidad, su sonrisa y su fortaleza para enfrentar la adversidad.
¿Va a entrar en mi vida? No sé todavía. Antes quiero volver a sentirme bien conmigo y desearía que él me esperara. Fue algo que quedó implícito en las conversaciones que tuvimos. Y parece que me va a esperar.
A mí, él me interesa. Y mucho. Pero me interesa mucho más dedicarle toda mi fuerza y energías a sacar adelante el proyecto que tengo. Y aunque sé que va a ser difícil y que probablemente me voy a caer varias veces, tengo fe en que lo voy a conseguir.
martes, 13 de octubre de 2009
Casi 30: celebraciones y confesiones
Estuve de cumpleaños y entre mi celebración personal y la celebración del triunfo de Chile y su clasificación al mundial, me pasé el fin de semana de carrete en carrete. Celebraciones varias con amigos, la llamada del ex, el almuerzo familiar de rigor, sobrinitos saltando a mi alrededor y regalándome sus dibujitos garrapateados y besos inesperados.
Gracias a todo eso, hoy día amanecí con unas ojeras que me llegan al suelo y un dolor de cuello atroz. Pero no me puedo quejar, lo pasé estupendo, hasta se me olvidó el leve dolor que me queda en la pierna y todo fue alegría y risas. Y algo más...
La celebración partió el jueves con un happy hour al que fuimos después de la oficina y en el cual, pese a todas las risas y brindis, no pude evitar echar de menos a Angie. Creo que a todos nos pasó lo mismo, pero nadie quiso sacar a relucir el tema, supongo que para no aguarme la fiesta.
En todo caso Angie me había llamado temprano para saludarme y habíamos quedado de vernos el viernes, junto con otros amigos, entre los que llegó sorpresivamente (cada vez menos sorpresivamente, la verdad) Aníbal. Lo pasé increíblemente, me sentí como de 20 otra vez y me olvidé que estaba celebrando mi cuasi entrada a mi cuarta década de vida. Me desaté bailando y poco me importaron las advertencias de Óscar en relación a mi pierna todavía en recuperación. Después de todo estoy de cumpleaños una vez al año no más y hay que celebrarlo ¿no?
Nos habíamos juntado en el departamento de Andrea temprano para dejar todo listo. Óscar, el muy traidor, no me dijo que también había invitado a Aníbal en una abierta y descarada colusión con Andrea. Fue de los primeros en llegar con un ramo de flores magnífico y un paquetito que resultó traer un pañuelo de seda rosa para mí. Juro que jamás en mi vida me he sentido tan contenta por un regalo así. Incluso me reté a mí misma para no poner cara de tontorrona, pero me resultó poco y alcohol conspiró para que mis aires de mujer indiferente quedaran en nada. Lo confieso: no sé qué hora sería, pero era tarde, estábamos en lo mejor de la fiesta con Óscar gritando que le daba lo mismo que reclamaran los vecinos por el ruido cuando, entre un bailecito y otro, Aníbal me robó un beso. Y me gustó.
Me sentí como una quinceañera en su fiesta de graduación. Es cierto, me sentí liviana, torpe y feliz, pero algo cambió. Hubo veces que sentí una sensación parecida con Simón, pero en ese entonces yo estaba con la idea de que encontraría al hombre de mi vida. Ahora no. Me encantó cómo fue y todo, pero mi felicidad se detenía en el instante, sin proyecciones ni castillos en el aire. Lo disfruté y hoy es otro día donde todo puede cambiar.
Sí, es cierto, me gustaría que hubiera algo más, pero (por el momento) no voy a mover ni un dedo para que resulte. Siento que en este momento de mi vida mis prioridades son otras, que tengo que rearmarme como mujer y como profesional, que tengo que trabajar por alcanzar mis sueños y ser feliz yo sola primero antes de embarcarme en una relación.
En mis últimas (y fracasadas) relaciones, yo lo he tratado de hacer todo, he dedicado tiempo y energía a empresas inciertas, donde el otro socio jamás me respondió. Ahora quiero primero velar por mi bienestar, por mis proyectos y por mi felicidad, esos son mis propósitos para este nuevo año que para mí huele a fin de ciclo, a entrar en los 30 como una nueva Anaís, más reconciliada consigo misma, más verdadera y más plena.
Y bueno, si hay por ahí un tierno galán que me quiera conquistar no me opondré en lo absoluto, pero dejaré que trabaje un poco más de lo habitual...
miércoles, 7 de octubre de 2009
Más sabe el Diablo por viejo...
— Ya no quiero más. Llevo menos de una semana y ya me quiero ir.
— Hum.
— ¿Estaré loca? Tengo estabilidad, un buen sueldo, mi propio departamento, mi jefe me tiene súper bien evaluada, hasta me dan facilidades para volver a trabajar... Puedo entrar a las 10 e irme a las 5 para no perder la kinesioterapia...
— El azúcar.
— Toma. Ahora estoy sola, cierto, pero me siento bien, me siento... Sólida, no sé. ¿Será muy loco pensar en hacer mi propia empresa? O sea, tengo plata ahorrada, me falta muy poco para terminar de pagar el departamento, no necesito mucha inversión para lo que quiero hacer.
— Ajá. Acércame el pan.
— Aquí está. O sea, no sé. Me pongo nerviosa de pensar en hacer las cosas por mi cuenta, de partir de cero, la incertidumbre, no sé. Ay, no sé, no sé nada.
— No te mires en menos.
— ¿Ah?
— No puedes decir que no sabes nada. Tienes miedo, eso es todo. ¿Y qué tiene de malo tomar un riesgo de vez en cuando? Eres joven, inteligente, tienes buenas ideas y amigos que te ayudan. Están muy ricos esos sándwiches, ¿los hiciste tú?
Con eso, mi papá da por terminada la conversación de la once familiar. Por supuesto, mi mamá ya no está en la mesa (se fue a hacer no sé qué cosas a la cocina). Como buena madre, ella es la voz de la prudencia: se enfureció conmigo porque me separé de Julián, lloró cuando me fui a vivir sola y tembló de miedo cuando mi papá abrió su consulta privada. No hay forma de hacerle entender que nada es seguro, que nada es para siempre, que nadie tiene la vida asegurada. En el fondo, mi mamá es una ingenua que cree que siendo buena y creyendo en Dios a uno no le puede pasar nada malo en la vida.
Pero mi papá me deja mucho en qué pensar. Es increíble cómo con unas pocas palabras me dijo tanto. Por un lado me reafirmó que yo puedo hacer otras cosas si realmente lo quiero, y por otro lado me dejó con una serie de preguntas: ¿Cuán importante es la seguridad? ¿Vale la pena hipotecar mis sueños por un depósito mensual?
Vale, no son sueños tan ambiciosos: no quiero fundar una multinacional, ni ser presidente, ni siquiera ser millonaria. Pero cuando estudiaba en la universidad soñaba con hacer mi propia empresa, pequeña, da lo mismo, pero en la que pudiera sentirme dueña de mi futuro. Y, lo reconozco, también quiero sentirme una tirana, fustigando a mis socios y empleados para que construyan mi pequeña pirámide.
El problema es que, además de plata, un proyecto así necesita tiempo, mucho esfuerzo, dedicación total. Y quizás signifique abandonar muchas actividades que me consumen tiempo.
Estaba a punto de decir que no sé nada y me acordé de lo que dijo mi papá. Tengo miedo, ese típico miedo que da la incertidumbre, el mismo miedo que tenía cuando me di cuenta de que debía separarme de Julián por mi propia sanidad mental. El mismo miedo que debieron haber sentido los navegantes vikingos antes de zarpar hacia mares desconocidos, al oeste, allá donde se acaba el mundo y viven monstruos horrorosos.
Pero claro, esos son sólo cuentos de las abuelas que no quieren que las abandonemos.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Sueños postergados
—¡Hola Angie! Qué bueno verte. ¡Te ves estupenda! ¿Qué te hiciste?
—Me... me echaron de la pega.
Yo me quedo con la sonrisa de idiota pegada en la cara. Mi amiga me abraza y por fin se larga a llorar y me moja el hombro con mocos y lágrimas, y me convulsiona entera con sus pequeños hipidos y yo la abrazo y la acuno y no sé qué decirle.
Era un secreto a voces: todos hablaban de que el jefazo quería cerrar el departamento de asesoría psicológica y contratar servicios externos. Pero también lo habíamos estado escuchado desde hace más de un año, así es que nadie se lo tomaba en serio. Hasta que vino el lobo.
Así es que ayer salimos con Angie para darle ánimos y nuevas ideas. En el camino se nos unió Óscar, Andrea e incluso Aníbal, que ya no sé cómo hace para estarse apareciendo a cada rato en mi vida sin que lo esté llamando (unos días atrás me lo encontré de nuevo en el supermercado, comprando ropa para el “hermano” que adoptó).
—Tienes que tirar pa’ arriba nomás.
—¿Te dieron indemnización?
—Abre tu propia consulta. ¿No nos dijiste que eso querías hacer?
—El viejo es un desgraciado: te echa sólo para ahorrarse unos miserables pesos.
—¿Y no has pensado en formar tu propia empresa de asesorías psicológicas?
Así empezó, más o menos, la conversación. Cuando conseguimos que Angie se calmara y nos contara todo, pudimos ir cambiando de tema hasta que terminamos incluso hablando del debate presidencial y de la desconfianza que nos dan todos los candidatos.
—Si Piñera sale presidente me voy. No sé dónde... Pero me voy a la chucha.
—¡Es que Frei se la pasó viajando!
—MEO es tan pendejo...
—Arrate es del siglo pasado.
—¡Son todos unos conchasumadres y qué bueno que el perro culiao me echó, porque si no me iba yo!
Angie nos deja a todos mudos: jamás la habíamos escuchado lanzar garabatos de grueso calibre y menos en una sola oración. Miro su vaso: el nivel de alcohol no ha bajado más de un dedo. Sin embargo grita, patalea, se ríe e invita a Aníbal a bailar. El pobre apenas puede seguirle el paso: mi amiga está hiperventilada, se mueve como un trompo, acapara las miradas atónitas de todos los clientes (después de todo, es un pub y la música no está muy fuerte).
—Vamos a bailar —dice Angie, después de que Aníbal se derrumba en su silla, agotado.
A nadie le parece mala idea. ¡Hace tanto tiempo que no bailo! Pero en cuanto me pongo de pie me acuerdo de mi muleta y que el médico me dijo que guardara reposo y que aún estoy con licencia y que cuando vuelva a la pega Angie ya no estará allí.
—Los acompaño, pero no puedo moverme mucho —digo por fin.
El resto del fin de semana estuve ayudando a Angie a buscar pega, investigamos sobre la posibilidad de que armara su propia microempresa de asesorías psicológicas y tuve que desempolvar muchas cosas que había aprendido en la universidad respecto a cómo construir una empresa.
Me bajó la nostalgia de todos esos sueños que tenía al salir de la U: yo iba a ser una emprendedora, iba a ser una líder, iba a hacer mi propia empresa, tendría ideas choras, impondría mi estilo... nada de eso pasó y me quedé marcando el paso en la misma empresa donde hice mi práctica. No me quejo, no gano mal ni nada, pero a veces me hubiera gustado saber qué habría pasado si me hubiese arriesgado más, si no hubiese pensado tanto en “nuestra familia” como le gustaba decir a Julián y un poco más en mí, en mis ambiciones.
Mañana se me vence la licencia y no tengo ganas de volver a trabajar...
martes, 22 de septiembre de 2009
El conflicto del “otro” fantasma
— Hay otro, ¿verdad?
— No, no hay otro. Sólo quiero estar sola.
— ¿Cómo se llama?
— Entiéndelo: no hay nadie más.
— ¿Te escucha más que yo, es mejor en la cama? Dímelo.
— No es eso... —suspiro con resignación— De acuerdo. Me ganaste: hay otro
— ¡Lo sabía!
Me pasó cuando terminé con Simón, pero no fue la única vez. Cuando es una la que termina con ellos, el hombre siempre está esperando descubrir al amante oculto, el “otro” misterioso que les está arrebatando su presa. Les resulta imposible creer que la mujer quiera terminar por otra razón.
¿Será que, por definición, las minas nunca podemos estar solas? Eso significaría que los hombres creen que nosotras tenemos por dogma “mejor mal acompañada que sola”. ¿En verdad somos tan masoquistas?
¿Será que, por su esencia “competitiva”, los hombres sólo pueden aceptar la derrota ante un oponente superior y no ante su propia mediocridad? Eso me parece razonable. El hombre suele tener un comportamiento de conquistador romano: “veni, vidi, vici”, y luego se duerme entre los laureles. Después le resulta imposible aceptar que su imperio se desmorona por la ineptitud de su gobierno, así es que debe echarle la culpa a las invasiones bárbaras. ¿En verdad son tan ingenuos?
Sea cual sea la razón, el hombre necesita que le justifiquemos con un “otro” el que terminemos una relación. Si no existe, ellos lo encontrarán: “me hablaba con demasiado cariño de ese amigo suyo”, “estoy seguro de que se quedaba más rato en la oficina para conversar con el fulano ese”, “siempre creí que era demasiado efusiva con su primo” y quizás cuánta boludez más. El resultado es que pronto el círculo de amistades anda recibiendo mil chismes, cada cual más ridículo o molesto, y una tiene que dar explicaciones a medio mundo.
Es por ello que en varias ocasiones he utilizado una técnica infalible: invento una nueva conquista. Es un ejercicio muy entretenido: le doy nombre, una historia, una situación romántica en la que nos conocimos y luego le digo al recién pateado qué tiene el nuevo que el viejo no tenía. Para no herir demasiado su ego, lo dejo recitar algunas de sus supuestas “virtudes” que el nuevo supuestamente no tiene, mientras mantengo un enigmático silencio. No sé si resulte todo el tiempo, pero por lo menos el truco ha sido salvador en algunas oportunidades.
Preferiría, eso sí, que las relaciones pudiesen terminar con sinceridad. ¿Por qué un simple “me cansé de esta relación” o “siento que lo nuestro no está funcionando” no basta? ¿Por qué debe existir algún elemento de teleserie (un amante, violencia de pareja...) para que se entienda el fin de una relación? Es lo mismo que cuando a uno le exigen justificar el porqué no queremos ir a un carrete: “me da lata” o “no quiero” no es una buena excusa. Hay que inventar un compromiso previo, una levantada temprano al día siguiente, porque o si no, no se perdona.
¿Por qué ocurrirá esto?
jueves, 17 de septiembre de 2009
Un beso de despedida (segunda parte)
-¿No te gusta como te acaricio?
-No es eso.
-¿Te molestan mis atenciones?
-Tampoco. Mira...
-¿Te molesta como te hago el amor?
-No, no es... Espera, sí: ese es uno de los problemas: “me haces” el amor. No “hacemos” el amor.
-¿Ah? ¿Quieres que sea más romántico? No hay problema: puedo ser más romántico si eso quieres.
-Córtala, Simón: no quiero nada de ti. La verdad es que ya no me importas. Quiero ser yo, quiero estar tranquila, quiero ser feliz, y lo cierto es que no te veo en mi felicidad.
-Ah, ¿entonces ya tienes planificado cómo vas a ser feliz? Eso es tan típico de las mujeres.
De pronto siento como si me hubiese topado de frente con la versión masculina de Andrea: un cavernícola convencido de estar luchando en la guerra de géneros y que, para triunfar, debe llevarse a la cama a la mayor cantidad posible de féminas. Acaricio mi celular, oculto en mi regazo, lista para hacer el discado rápido y convocar a mi caballero en armadura.
-Creo que por fin te estoy entendiendo, Simón. Crees que esto es una pelea, ¿verdad? Crees que hay una guerra de sexos y vas a usar todas tus estrategias para ganarla, ¿cierto? Me das pena, Simón, en serio. De tanto que buscas entender a “las mujeres” eres incapaz de conocer a LA mujer que tienes delante tuyo, que, a su manera, te quiso, y que, por un momento, se proyectó contigo.
No sé qué me pasa esta tarde, pero siento como si se hubiese abierto una puerta en mi cabeza y ahora entiendo todo con mucha facilidad. Ahora que lo estoy entendiendo, siento como si se hubiese roto en mil pedazos el halo de misterio que lo envolvía y que tanto me fascinaba antes. Ahora lo veo como lo que es: un niño inseguro, incapaz de despertar amor y que, para no sentirse solo, se dedica a coquetear con todas las mujeres que se le cruzan por el camino.
-Ese es el problema, ¿ves? Todas ustedes quieren proyectarse: son incapaces de vivir el momento. ¿Por qué no puedes simplemente disfrutar lo que estamos viviendo y olvidarte de lo que pase después?
-Es una pena que no lo entiendas -aprieto el botón: Óscar debe estar a recibiendo mi llamada-. Soy yo la que quiere vivir el momento, por eso te quiero lejos de mi vida. Tú, en cambio, estás pegado repitiendo el mismo esquema una y otra vez, como un ratón en un laberinto.
-Estás demasiado decidida, es obvio que hay otro. ¿Por qué inventas toda esta historia?
Suspiro con hastío. Óscar llega junto a la mesa, saludando nervioso. Aprovecho el instante de confusión para ponerme en pie, apoyándome en la muleta, y decir con un tono firme:
-De acuerdo, tienes razón. Hay otro hombre.
Óscar parece a punto de preguntar quién es cuando, sin advertencia, le doy un beso en la boca. Sus brazos están caídos, pero al segundo me abraza y responde a mis caricias.
-¿Vamos, mi amor? -le digo, tomada de su brazo.
-Por supuesto, querida -dice Óscar, burlón.
Dejo a Simón agarrado a la silla, con la mandíbula caída. Y después de despedirme con un gesto de la mano, no vuelvo la cabeza. Tengo un largo camino por delante y, por suerte, tengo grandes amigos que me apoyan para continuar.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Un beso de despedida (primera parte)
-¿Es en serio?
-Sí.
Simón se ríe y toma otro trago de cerveza. Preferí citarlo fuera de mi departamento, aunque tuviera que llegar con mi maldita muleta: no quiero darle la oportunidad de una reconciliación en mi cama (además, no sé si mi cuerpo podría soportarlo tampoco). Sin embargo, Óscar se negó a dejarme sola y se escondió a cierta distancia, en el local de al lado: si pasa algo, bastará con que le haga un ring con mi celular para que venga a rescatarme.
-¿Por qué? -en su voz se nota que se siente más dolido de lo que quiere demostrar con su rostro sonriente- ¿Hay otro? Dime la verdad: no me voy a enojar.
Ahora soy yo la que se ríe, casi con lástima.
-No Simón, no hay otro. Quiero estar sola.
-¿Por qué? Eso no puede ser.
-¿Ah sí?
-A las mujeres no les gusta estar solas, mucho menos después de haber terminado una relación larga.
De pronto se hace la luz en mi cabecita: por primera vez empiezo a entender a este hombre.
-Querido, creo que el que no puede estar solo eres tú. Yo me las apañé bastante bien después de divorciarme de Julián y no necesité otro clavo para hacerlo. Tú, en cambio, siempre estás tirando carnada en todas direcciones, por las dudas.
-A ver, ya te expliqué que no te he sido infiel desde que me tomé en serio lo nuestro...
-Te creo. En serio te creo. Pero estoy cansada de que... “lo nuestro” no tenga nombre, de que estés asegurándote por otros lados, como si te estuvieras preparando para cuando te aburras o te patee.
-¡Eso es algo tan típico de las mujeres! Es mi naturaleza ser coqueto, no puedes pedirme que sea alguien que no soy.
-¿Sabes qué? Tienes razón. No quiero que seas alguien que no eres. Por eso no quiero seguir contigo. Me... molesta como eres, no quiero alguien como tú a mi lado.
Súbitamente me siento bien conmigo misma. Me siento ligera, nueva, como si me hubiese desembarazado de un abrigo viejo, pesado y maloliente que me daba demasiado calor y no me dejaba disfrutar del día.
jueves, 10 de septiembre de 2009
Conclusiones a destiempo
—Mi amor, te echaba tanto de menos...
—Córtala, Simón. Ya sé que estabas coqueteando con una enfermera.
—Pero, Anaís, ¿cómo puedes decir eso? —su cara de inocencia habría convencido al mismísimo Escrivá de Balaguer.
—Porque la enfermera bonita, esa de pelo oscuro, me dijo ayer: “Qué amable que es tu primo”. Yo le pregunté: “¿Qué primo?”. Y me dijo: “Ese alto, buenmozo, que siempre te trae rosas”.
Simón se ríe y se justifica diciendo que si no hubiese dicho que era mi primo no lo habrían dejado entrar. Yo prefiero quedarme callada y no seguir la discusión.
Ya han pasado cuatro días desde que me dieron de alta y todo lo que pasó desde el momento del accidente hasta que salí de la clínica se me agolpa en la mente como si me estuviera pasando ahora mismo. Las visitas melodramáticas de mi mamá, los hijos malcriados de mi hermano que por primera vez en mi vida me parecieron cariñosos, Julián y sus visitas flash, Simón llamando “suegrito” a mi papá, Simón y Julián discutiendo por mí como dos machitos adolescentes, Óscar, Andrea, Angie, Enzo y Aníbal haciendo un brindis con champaña en mi pieza de hospital, ignorando las reprobaciones de las enfermeras...
Pero lo que más recuerdo son las horas y horas de tedio absoluto. Leía y releía el diario, veía programas de animales en televisión y me acababa tan rápido los libros que me llevaban que pronto me quedaba en silencio, como tonta, mirando por la ventana.
Poco a poco pude reconstruir el accidente: fue, indirectamente, culpa de Simón. Llevaba varios días sin responder mis llamadas y justo ese lunes, después de la pega, conseguí comunicarme con él. Por estar peleando por teléfono no me fijé que, aunque el semáforo acababa de cambiar a verde, había un loco que venía rajado tratando de pasar con roja.
No me pegó de frente, por suerte. Pero me empujó y caí de cabeza a la vereda, según me contó Andrea. Y el muy hijo de puta se escapó.
Según Andrea, yo seguía consciente: me paré y todo. Consiguió un taxi y me llevó a la clínica, perdí el conocimiento y me atendieron súper rápido. Según el médico (que es amigo de mi papá), me salvé por un pelo.
A pesar de todo, no me puedo quejar de Simón: en cuanto se enteró de lo que había pasado, fue a la clínica, entre él y Andrea le avisaron a mi familia y amigos. Me fue a ver todos los días, me llevaba flores, me hizo todo tipo de mimos y atenciones, se conquistó a mi mamá y a todos mis amigos (hasta Óscar quedó, por un momento, fascinado con él) excepto a mi papá, que, aprovechando la confusión de visitas, me dijo al oído: “Es un cabro chico el tal Simón”.
Pero lejos, quien mejor se portó conmigo fue Óscar: se quedaba durante las noches, me llevó mis libros, me compraba el diario y, cuando me dieron de alta, se fue a quedar conmigo.
Bueno, hay que pensar también en que como todavía no tiene pega estable, no puede seguir arrendando y yo le ofrecí quedarse en mi casa. Pero me prepara la comida, asea el departamento, me hace la cama y me acompaña a mis horas con el kinesiólogo.
Y Simón insiste en seguirse apareciendo, como si tuviéramos algo formal. Y a mí me da cada vez más asco. De hecho, ya ni siquiera me gusta que me dé besos. Cuando se lo comento a Óscar, me dice, muy dulce:
—Mientras más te niegas, más caliente se pone el hueón. ¿Vas a hacer algo para cortarlo de una vez?
—No sé.
—¿De qué tienes miedo? —me pregunta mi amigo, mirándome a los ojos; yo no le respondo— ¿Es que acaso crees que nadie más te va a querer o que no hay hombres mejores que ese saco ‘e hueas?
—No es eso... Es que me sentiría malagradecida con todas las atenciones que...
—¿Te gusta? ¿En verdad lo quieres como pareja?
Por supuesto, Óscar sabe mi respuesta. Y también sabe que lo que tengo que hacer lo había decidido hace ya mucho tiempo, pero no me animaba a ejecutarlo: nuestro tiempo es demasiado incierto como para desperdiciarlo en una relación vacía.
martes, 8 de septiembre de 2009
Despertar
—Bip. Bip. Bip. Bip.
Escucho ese maldito pitito toda la noche. No me despierta, pero tampoco me deja dormir.
—Bip. Bip. Bip. Bip.
¿Alguien puede apagarlo, por favor? Quiero dormir.
—Hola Anaís. ¿Cómo te has sentido?
—Te echaba de menos, Any.
—Mijita, qué helada tiene las manos... ¿Puede abrigarla un poco más?
—Bip. Bip. Bip. Bip.
¿Mamá? ¿Óscar? ¿Pueden apagar esa mierdita que no me deja dormir tranquila?
Conversación. ¡Están conversando al lado mío! ¿Qué se creen? ¿Acaso no saben que tengo que levantarme temprano mañana?
—Apgrf.
—Dijo algo.
—¿Cómo?
—Movió los labios.
—Mrfknta
—Abre los ojos.
—¿Anaís?
—Drmir.
—¿Qué dices?
—Que me hejen gormir, cor la mierda...
Abro los ojos. Estoy mareada. Tengo la boca reseca. Ahora me doy cuenta del tubo que tengo metido en la garganta hacia adentro, que tengo puesto pañales, que tengo suero en el brazo y moretones. Hay una enfermera a mi lado, una muchacha amable que me pide que no me agite, que no me saque nada, ya que tienen que alimentarme. Óscar me está abrazando, llora en mi mejilla.
—¿Cor qué no tas hurmiendo? ¿Qué hora eh?
Óscar me mira, sonriendo. Le repito la pregunta. Se mira el reloj.
—Seis y media. De la mañana, preciosa.
—¿Qué hago aguí? —balbuceo.
—Te atropellaron. Hace una semana.
Sólo entonces me acuerdo. Un poco, a pedazos, como si hubiese sido un sueño. Me acuerdo que salí de la pega, que estaba con Andrea, era de noche. ¿O estaba saliendo del happy hour? No, no puede haber sido, porque era lunes. Algo pasó, porque no me acuerdo de nada más, salvo el frío del suelo, la lengua en la tierra, los gritos de Andrea.
Hasta que desperté, tres días después, en la cama de una clínica, con mi mejor amigo abrazándome.
—¡Anaís, por favor, no vuelvas a hacer eso nunca más!
—Canquilo, no yogueh... Me guhca ecar cor aquí. ¿Me cuegue hacar esta mieguita ‘e ‘a ‘oca? Cometo que me como coda ‘a comía...
sábado, 22 de agosto de 2009
El día después del desastre: un rayo de sol
Ayer en la mañana no podía despertarme. No quería llegar a la pega y si lo hice fue porque mi sentido del deber sigue estando bien puesto.
— ¡Hola Anaís!
— (Con cara de culo) Grfola
— Buenos días...
— Hogrflp.
Todos con tremendas sonrisas, como si les gustase venir a trabajar a esta oficina del demonio, donde te estrujan como un limón y cuando no das más jugo te botan.
Tengo ganas de asesinarlos a todos, incluso a Angie, que el día del desastre trató de consolarme diciéndome “no importa, porque el trabajo bien hecho crea energías a tu alrededor que te permiten crecer y realizarte” y ya no me acuerdo qué otras pelotudeces más porque la mandé a la mierda.
Tampoco quise seguir entrando al blog. Tenía tanta rabia que ni siquiera un millón de abrazos virtuales hubiesen podido calmar mis ánimos.
A la hora de almuerzo no esperé ni a Angie ni a Andrea. Simplemente salí más temprano y ni siquiera bajé al casino, sino que me fui por un Subway absolutamente grosero que rematé con un helado de chocolate por ahí.
De repente me olvidaba de que mi ego profesional se había reducido como las antenitas de un caracol y hasta podía disfrutar de los rayitos de sol de invierno. Pero al rato el tema volvía: la rabia y la frustración se agolpaban en mi mente y ni me daba cuenta cuando comenzaba a murmurar cual vieja bruja las pestes más grandes de mi Némesis y de mi jefe.
En la tarde traté de concentrarme en la pega, pero después de la última campaña que hice, en verdad no hay mucho que hacer. Así que perdí mi tiempo navegando por internet y viendo videos de YouTube pensando que lo hacía como una verdadera rebelión contra el sistema, contra mi trabajo.
Esperé que llegara la hora de salida y llamé a Óscar. Supongo que mi voz le debe haber sonado como si estuviera pidiendo auxilio mientras me ahogo en medio del mar, porque de inmediato me dijo que sí, que llamaba al tanto para cancelar no sé qué y que por favor lo esperara porque se iba a desocupar más tarde.
Así que eso hice, esperé que se fueran todos y me quedé como la viva imagen del patetismo, sentada en mi escritorio jugando solitario con casi todas las luces apagadas, esperando la llamada de mi amigo.
Sin embargo hay una imagen que me quedó dando vueltas y que todavía no me puedo sacar de la cabeza. Ayer, cuando me iba a juntar con Óscar a hacer terapia en base a desahogos, golpeaditos y llanto, me topé con ella a la salida del trabajo.
Como si estuviera en una película, me meto al ascensor y allí estaba: Catalina, mi Némesis. Me mira y con un tono de voz neutro, muy seria y más cortante que empática me dice: “no me parece justo lo que te pasó. Te vi trabajando duro y merecías la misma oportunidad que yo. El jefe estuvo mal y se lo dije”.
Y yo, tontamente, creo que sólo atiné a decir un vacío “gracias, no te preocupes”. Es increíble cómo la misma persona que fue capaz de arruinar mi día, ahora me enviaba un pequeño y reconfortante rayo de sol.
jueves, 20 de agosto de 2009
Time is money
— ¡Da más energía al condensador Igor!
— Sí, amo.
— ¡Por fin! Mi creación está viva... ¡¡¡VIVA!!!
Me miro al espejo: el pelo revuelto, las ojeras de varios días, el caracho pálido como chirimoya. Me siento como el doctor Frankenstein: mi creación está por fin terminada. Me pasé dos semanas trabajando en ella, aunque por supuesto los últimos días me desvelé afinando los detalles. Se trata de la presentación de una completísima campaña de relaciones públicas y publicidad con la que engancharemos a un “cliente tan importante que podría cambiar para siempre el rumbo de esta empresa”.
A mi jefe le gusta dramatizar. Le hemos escuchado la misma frase un sinfín de veces, y la empresa nunca ha cambiado de rumbo por eso: sigue pagando los mismos sueldos, recorta personal cada vez que puede y llora pobreza a la hora de pagar los aguinaldos.
Pero no importa: se trata de un desafío personal. Demostrarme a mí misma que puedo hacer un excelente trabajo. Escuchar los murmullos de aprobación de los clientes y ver la admiración en la cara de mis compañeros es casi tan maravilloso como tener tres orgasmos seguidos.
Esa mañana llego a la empresa con 45 minutos de anticipación. No he dormido en toda la noche, pero hay pocas cosas que un buen maquillaje y el ánimo en alto no puedan arreglar. La sala de presentaciones está vacía, así es que abro, ordeno las sillas, bajo la pantalla, pruebo el datashow y me aseguro de que todo funcione correctamente. Hasta me doy el tiempo de preparar los cafés para que no queden como agua de calcetín.
De pronto oigo ruido en el pasillo: es mi jefe, conversando con los clientes. Me arreglo la falda y reviso mi peinado en el reflejo de la cafetera: no podría verme mejor. Entonces salgo a recibirlos... Y me encuentro cara a cara con Catalina, mi Némesis.
— Ah, hola Anaís.
— Ho... Hola. ¿Qué haces aquí?
— Voy a hacer la presentación a los clientes.
— ¿Cómo?
— ¡Mi querida Anaís! —mi jefe me ve y me saluda de mano— ¿Conoces al señor Respingado y al señor Caradeasco? —los saludo con mi mejor cara de “soy una profesional que está enterada de todo lo que pasa”— Ellos son los que tomarán la decisión de cuál es la mejor campaña.
— ¿La mejor campaña...?
— Claro, la mejor campaña —mi jefe me mira como si estuviera tratando de decirme que la tierra es redonda—. Y creo que deberíamos empezar con la de Catalina, que ha estado trabajando muy duro estos últimos días. ¿Pasamos, señores?
Antes de que pueda decir “yo he estado trabajando dos semanas” ya están todos adentro, tomando café con galletitas y agradeciéndole a Karina, que acaba de llegar, por tener todo listo y arreglado. Mi Némesis se adueña entonces de la situación y en quince minutos hace una presentación magistral, que deja a los clientes y su equipo evaluador con la boca abierta. Yo misma debo reconocerlo: la campaña es excelente. Al punto que me cuesta creer que mi Némesis haya trabajado con los mismos creativos y diseñadores con los que trabajo yo.
Mi jefe, por supuesto, está feliz con su chiche. Con la sonrisa de oreja a oreja, le pregunta a los clientes si están satisfechos. El señor Respingado y el señor Caradeasco conversan entre ellos en voz baja, sin escuchar siquiera a su equipo evaluador.
— Me parece muy bien, está aprobado —dice Caradeasco—.
Yo miro a mi jefe con cara asesina: él parece leerme la mente.
— Pero... ¿no quieren ver la segunda presentación...?
— No me parece necesario —dice Respingado—. Además, mientras menos tardemos en esto, mejor. Time is money. Ja ja ja.
Mientras yo intento recoger mis pedazos del suelo escondida tras una risa más falsa que la cara de Michael Jackson, puedo ver que mi Némesis, con su tranquilidad de siempre, pregunta si puede retirarse, porque tiene mucho trabajo que hacer.
Qué deseos tengo de mandarle al monstruo de Frankenstein para que la ahorque durante su sueño.
domingo, 16 de agosto de 2009
Solteros apetecibles
— Mira, yo soy descendiente de franceses, pero a mí los Renault me cargan. Son súper paneros y es súper difícil venderlos. Al único que tuve se le rompió la homocinética y tuve que mandar a hacerle una nueva. Me costó un ojo de la cara y me duró menos de diez mil kilómetros. Es que el acero nacional es muy rasca.
— ¿Sabes a los pacientes que más detesto? Esos que son sabelotodo y que antes de ir a la consulta revisan sus síntomas por Internet y cuando llegan te dan un diagnóstico completo de lo que tienen. A veces incluso te recomiendan algunos medicamentos... Son terribles.
Y yo estoy en medio de esta conversación. Vale, crecí con un papá médico, no me quedo descolgada cuando hablan de apófisis, nulíparas o síndrome de Martin y Bell. Pero de ahí a estar interesada en un par de solteros harto porfiados de cara que se la pasan hablando todo el día de pacientes y autos... ufff.
¿En qué estaba pensando mi hermano cuando me invitó a cenar con este par de ‘buenos partidos’? ¿Que me iba a derretir por tipos tan aburridos como Julián pero con menos pinta que Jack Black?
Parece que algo de mis dramas amorosos debo haberle filtrado a Enrique, porque el viernes me llamó para invitarme a cenar ayer sábado. Aunque me pareció algo raro, nunca sospeché lo que realmente se traía entre manos. No fue hasta que llegué a su casa y me encontré con sus colegas que entendí lo que pretendía. Hasta siento que se está desperdiciando el carménère que traje, a medida que el doctor Panzas llena una copa tras otra.
— ¿Qué opinas tú, Anaís? —me pregunta de pronto el doctor Cejudo— ¿Las mujeres prefieren los autos con control crucero o prefieren que les maneje el marido en carretera?
— ¡Mejor no dejarlas! —el doctor Panzas ni siquiera me deja empezar mi respuesta— ¿Te imaginas que se pongan a retroceder en la Ruta 5 Sur para volver a un puesto de frutas que se les pasó? Jajaja.
Miro a mi hermano con cara de ‘¿por qué chucha los invitaste?’, pero si se da cuenta, se hace el desentendido a la perfección, el muy...
De ahí siguen conversando de mujeres, como si mi cuñada y yo fuésemos un par de fotos.
— ¿Sabes las mujeres que me irritan? —mi hermano está muy animado con el temita— Esas que se ponen todo pudorosas cuando van a la consulta y no quieren que las toque ni ahí, ni acá ni acullá. ¡Como si fuera la primera vez que veo vaginas! Eso es lo que me llamó la atención de mi Nachita cuando fue a verme por primera vez: no tuvo ningún problema en que la palpara ni nada.
— Las mujeres en la consulta son de lo más irritante: siempre te están diciendo qué medicamento es el mejor para ellas, se pasan automedicando, les das las instrucciones clarísimas y al final lo hacen a su pinta, porque según ellas así se mejoran más rápido.
— Me acordé de un chiste —interviene el doctor Panzas; yo empiezo a observar la puerta con ojos lánguidos—. El marido llega a la cama con un vaso de agua y un par de aspirinas. La mujer lo mira y le pregunta ‘¿por qué traes eso si no me duele la cabeza?’ Y el marido responde ‘¡Ajá!’
Risa generalizada. Hasta la Nachita hace retumbar el comedor con sus carcajadas hiposas. Yo, sin ninguna excusa para huir, decido poner fin a la conversación dirigiéndome a los doctorcillos.
— Qué suerte tienen ustedes que nunca tendrán una esposa para que les alegue por dolores de cabeza.
La cara que pusieron está entre los recuerdos más gratificantes de mi semana.
viernes, 14 de agosto de 2009
5 cosas que adoro
Antes que todo agradecer a San por otorgarme nuevamente un premio: ¡Muchas gracias!
Estos últimos días he tenido poco tiempo para contarles sobre mí y hasta poco tiempo para escribir en sus blogs. Les pido disculpas: me encanta pasar a visitarlos, leerlos y dejarles un mensaje y si no lo hago es porque no he podido.
Desde la semana pasada estoy trabajando como enana en un proyecto súper estrella que me encargaron y con el cual quiero lucirme. Eso ha significado dormir poco o mal, andar con unas ojeras Frankenstein y tomar café como si fuera agua.
Mi cara y mi humor son los signos evidentes de cansancio. Pero no los únicos. Además, me he puesto vieja y adicta a las sábanas. Estoy feliz porque sea viernes, pero no para salir de happy hour... sino para ir a refugiarme en ese búnker blando y calientito llamado cama, y poder dormir hasta la hora de almuerzo, cuando seguramente me levantaré y vestiré a lo zombie para ir a sentarme a la mesa de mi madre.
Pero bueno, esta es una ocasión feliz, he sido premiada y nada menos que con el Premio “J’Adore ton Blog”, un premio hermoso que, para ganármelo y poder lucirlo con orgullo en mi lista de premios tengo que primero escribir 5 cosas que adoro. Así que aquí van:
1. Adoro escribir. Es una forma de liberarme y, he descubierto con muchísima satisfacción, encontrar gente que comparte mis emociones y sentimientos, me apoya y me aconseja (¡muchas gracias!). Si bien es cierto no es nuevo para mí escribir un diario de vida (lo hago desde pequeña), si es nuevo el hecho de compartirlo... y, debo decirlo, ha sido una experiencia gratísima que espero que continúe por mucho tiempo (mientras no los aburra, creo yo... jeje).
2. Adoro juntarme con mis amigos. Me encanta verlos y hacerlos reír, me gusta saber que la vida durante unos segundos se reduce a la risa franca. Pero también me gusta la otra parte, me gusta acompañarlos y estar con ellos en la risa, pero también en la pena. Para mí, esa es la verdadera amistad.
3. Adoro cocinar... el problema es que también me gusta mucho comer lo que cocino... jajajaja (mi placer culpable). Me encanta probar nuevas recetas o hacer modificaciones para dejar todo “a la Anaís”.
4. Adoro cómo se pone el día justo antes de que llueva (justo como está ahora afuera). Cuando comienza a correr ese viento tibio que se lleva las últimas hojas de los árboles. Me encanta caminar con mi abrigo y escuchando música a través de esa brisa que me revuelve el pelo, me encanta ver cómo las nubes comienzan a complotarse para mojarnos... simplemente ¡me encanta!
5. Adoro que mis proyectos resulten. Es cierto, y creo que ya lo he dicho, soy bien organizada y perfeccionista y me gusta que las cosas funcionen bien. Me gusta planear cada detalle, ejecutarlo y ver que todo funciona a pedir de boca. Crucen los dedos para que el proyecto en el que me estoy quemando las pestañas resulte.
Y ahora, las reglas: debo premiar a otras 5 personas. Pero antes una explicación: perdonen si a veces repito los blogs premiados, pero tengan en cuenta que si lo hago es porque creo que se lo merecen. Aclarado el punto, paso a informarles que los blogs premiados son:
Michelle
Blanky
Saruki
J. Carlos
Yo, la que olvidaste
lunes, 10 de agosto de 2009
La princesa caballero
Después del último numerito de Simón sería fácil para mi echar en un mismo saco a todos los hombres y decir que son todos cortados por la misma tijera: frescos que rehúyen el compromiso. Pero no es lo que pienso.
No me parece que los hombres, como género, le teman al compromiso. No creo que en los genes del cromosoma Y haya un patrón anti-matrimonio o algo así. O por lo menos no más que en las mujeres.
No creo que el hecho de que Simón no se atreva a ponerle un nombre a nuestra relación se deba a lo que tiene entre las piernas. Ni siquiera a lo mejor es un problema de madurez. O quizás no es sólo eso. Mi tesis es que ellos también están buscando a “la elegida”, a la mujer de sus sueños, pero en el intertanto son bastante más flexibles que nosotras.
Suelen decir que las mujeres somos las del instinto y la percepción, pero yo creo que los hombres también los usan al momento de entablar una relación. Ellos, casi desde el primer minuto, saben cómo enfrentar la relación o “para qué da”. Si es una relación “seria” o vas a ser una diversión “mientras tanto”, no hay cómo saberlo. No depende sólo de nosotras, sino también de ellos y el momento por el que estén pasando. En el intertanto que ellos deciden si clasificarnos en una u otra.
Hay una cosa que va a marcar en qué lado de la cancha quedemos: el nivel de interés que mostremos nosotras versus el que tengan ellos.
Puede que esté equivocada, pero me da la impresión de que entre más interés mostremos, tanto peor para nosotras mismas, pues si éste no se condice con el de ellos, corremos el riesgo de que nuestro galán de turno, al sentirse poco menos que acosados, ponga pies en polvorosa.
Quizás se deba a que quieren ser ellos los que tomen la iniciativa, los que descubran a la Cenicienta y se la lleven a su castillo. Quizás no les gusta sentir que su princesa se enfrentó con el dragón y escapó de la torre sin su ayuda.
jueves, 6 de agosto de 2009
Ovarios hiperestrogenados
Ayer Óscar me invitó a un trago para conversar. Me pasó a buscar a la pega, pasamos al super a comprar un par de cosas para comer (y tomar, obvio) y de ahí nos fuimos a su departamento.
Mientras él cocinaba y yo ordenaba un poco por aquí y por allá, Óscar me contó, como siempre lo hace, las últimas novedades y chismes que se manejan dentro del mundillo periodístico y alegó una vez más contra la concentración de los medios, lo que le dio el tiempo suficiente para cocer los ravioles, calentar la salsa de queso y servir la comida. Siempre tan en punto él.
Me disponía ya a comer el segundo bocado y elogiar la cocina Express, pero sabrosa de mi amigo cuando me lanza un “Anaís estoy chato, en este país de mierda no hay pega, y cuando la hay, contratan a cualquier mequetrefe hijito de su papá que apenas si sabe escribir”.
- Pucha, Óscar, pero ¿no tienes nada de nada?
- O sea, igual me consigo pitutos por aquí y por allá, tú sabes cómo es este medio de mierda: te llaman cuando se les para el hoyo – mi amigo es bien florido para hablar, sobre todo cuando se emputece.
- ¿Y la pega esa en la revista de decoración?
- ¡Ni me hablí de esa weá!
- ¿Qué onda, qué pasó?
- Puras minas parás de raja, hijitas de su papá que me miraron a huevo desde el primer día... ¿y sabí por qué? Porque soy hombre – a pesar de que Óscar estaba enrabiadísimo contándomelo, no pude evitar reírme... hasta me salieron un par de lagrimones de tanta risa.
- Por ser... ¡¿Hombre?!... jajajaja – por suerte mi abierta burla sobre la paradoja que eso significaba (teniendo en cuenta la orientación sexual de mi amigo) relajó el ambiente y a los 2 segundos estábamos los dos muertos de la risa.
- Pa que veai poh... jajajaja. No en serio, la cagá de revista es un reducto de ovarios hiperestrogenados. Todas bien ABC1 con casa con perro y 1 ó 2 pendejos y marido ingeniero. De esas que veranean fuera de Chile, pero no en Cancún porque encuentran que va todo el rasquerío pa allá.
- Pero no entiendo, ¿qué te hicieron? Porque algo te deben haber hecho esas minas para que te caigan tan mal, y no sólo eso, sino para sacarte de la revista.
- Lo típico que le hacen al pajarito nuevo que quieren cagar: me encontraban todo malo y siempre mis artículos tenían un pero. Al final me dijeron que las perdonaran que ellas se habían equivocado en elegir porque claramente yo no era la persona que buscaban y que no daba con el ‘perfil del medio’ – dijo haciendo las comillas con los dedos e imitando el hablar pelolais con la papa en la boca.
Es cierto, me dio rabia. Conozco a mi amigo y sé que es un muy buen profesional y me duele que pase por este tipo de situaciones. Me da mucha bronca que este país quiera tan poco a los buenos elementos y el pituto y el compadrazgo sigan siendo institución.
Lo bueno de Óscar es que desde que lo conozco (desde la U, imagínense) nunca se ha echado a morir. Es muy positivo y siempre se las rebusca para salir adelante (cualidad que yo admiro mucho en él).
Pasamos una noche entretenida y después de comer se nos ocurrió bajar a la botillería para tomarnos unos golpeaditos y brindar porque a pesar de todo y de todos decidimos que la vida no nos va a dejar de sonreír aunque tengamos que hacerle cosquillas para conseguirlo.
lunes, 3 de agosto de 2009
Sobre infidelidades, mentiras y egoísmo
Tengo una seria complicación con el tema de la infidelidad. Hace once años, cuando estaba en el colegio, yo creía que ser infiel era lo peor que podía llegar a hacer alguien a su pareja: un acto tan terrible que sería imposible de ocultar; una traición tan tremenda que sería imposible volver a mirar a la pareja a los ojos; una herida tan atroz que jamás podría sanar...
Y luego de esto fui infiel. No una, sino muchas veces. No es algo de lo que me sienta orgullosa, pero tampoco me arrepiento ni siento que le debo disculpas a nadie. Julián, que era mi novio de ese entonces, nunca se enteró, y a estas alturas no creo que sea necesario que se entere.
Durante mucho tiempo le eché la culpa a él: a él se le metió en la cabeza la idea de que no podíamos acostarnos hasta casarnos y cuando entré a la universidad y probé de la manzana prohibida, me gustó. Al comienzo tuve mis dudas, por supuesto, y me sentía pésimo cada vez que me acostaba con Juan Luis. Luego terminé con él y traté de volver a serle fiel a Julián, pero me costaba mucho más. Traté de insinuarme, de sugerirle con mi ropa y con sutilezas que tenía ganas de hacerle el amor —porque en realidad llegué a amarlo—, pero él nunca se dio por enterado.
Incluso cuando llegué a preguntárselo directamente, Julián me dijo que debíamos ser pacientes, “que sólo nos faltaban unos años para recibirnos y entonces podríamos casarnos y hacerlo todo lo que quisiéramos”. Yo lo amaba y no quería dañarlo... Pero tampoco podía negar que necesitaba el elíxir del sexo... Es exquisito, embriagante. De hecho, cuando finalmente lo hicimos con Julián, me sentí plena, porque por primera vez sentía que estaba haciendo el amor, y eso me encantó, incluso si Julián era un torpe y yo tuve que hacerme la bebita virgen e inexperta.
Cuando me casé con él, nunca más le fui infiel. De hecho, desde entonces no he vuelto a jugarle sucio a ninguna de mis parejas. Ahora, si no me siento a gusto con alguien o me doy cuenta la relación no está funcionando, trato de enfrentar directamente el problema.
¿Volvería a ser infiel? No lo sé. No puedo decir que “he aprendido la lección”, porque todavía no sé de qué se trataba la lección o cuál es la moraleja. Lo poco que he podido sacar en limpio me lo explicó Óscar con peritas y manzanas: el ser humano es débil y se impone metas casi divinas. No está mal equivocarse, me dijo, lo que está mal es no tomar las precauciones necesarias para que esas equivocaciones no pasen a mayores.
Óscar se refería a mi actitud de pendeja de no usar condones ni pastillas para “forzarme a ser fiel”. Pasé más de algún susto, y hasta hoy no sé por qué santo de esos en los que no creo no quedé embarazada ni me pesqué nada más grave que algún honguito loco.
Otra cosa que me hizo entender Óscar es que, si realmente amaba a Julián y quería casarme con él, no valía la pena contarle todo lo que había hecho. “Eso sería egoísmo”, me dijo, “eso sirve para aliviar la conciencia, pero lo único que harías con eso es que Julián te patearía, porque nunca podría entenderte. La mayor parte de la gente no quiere que le digan la verdad: está pidiendo a gritos que le mientan, que le hagan creer que existen las personas buenas, fieles, correctas y perfectas. En el fondo, todos saben que eso es mentira: que todo acto de bondad tiene algo de maldad y todo acto malévolo tiene algo de bondadoso. Pero somos humanos: nos cuesta ver el mundo en colores”.
jueves, 30 de julio de 2009
¿Andrea in love?
— ¿Quieres firmar esto?
Tardo cinco segundos en despegar la vista del monitor; tres en reconocer a Andrea y otros diez en observar el documento corcheteado que trae en la mano.
— ¿De qué se trata?
— La parte legal te la puedes evitar: léete el resumen mejor. Es un petitorio para hacer obligatorio el test de paternidad y para que se obligue a los hombres a asumir su responsabilidad como padres. Además, en el caso de que la mujer se haga un aborto, el hombre tiene que compartir su pena.
— ¿De dónde salió esto?
— Lo hicimos Nando y yo para la ONG.
Claro. Se refiere a la ONG pro derechos de la mujer donde trabaja Andrea. No sé cómo le queda tiempo después de la pega, su mamá y los happy hour para dedicarle casi quince horas semanales a un trabajo voluntario. Ah, cierto: a costa de su vida personal.
— ¿Nando? —digo mientras reviso la lista de firmas: sólo hay dos— ¿Te refieres a este Fernando V. que aparece en la lista? Nunca me habías hablado de él.
— Es que es nuevo —me pasó el lápiz mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa—. ¿Vas a firmar?
— No sé. Tengo que leerlo con más cuidado. ¿Es nuevo y ya le dices Nando? ¿Qué clase de hombre trabaja en una ONG como la tuya?
— Uno con mucha empatía, por supuesto. Si no vas a firmar, pásamelo. Se lo voy a llevar a Enzo.
— Mándame una copia por e-mail para leerlo bien —lo digo sin intención de hacerlo—. ¿No me dijiste una vez que los hombres no podían sentir empatía porque no tienen ovarios?
Andrea se encoge de hombros. Es su forma de reconocer que, al menos en el caso de “Nando”, se había equivocado.
— Me tinca que se metió en la ONG sólo para conocer minas – le digo sólo con ánimo de molestarla.
— No puedes decir eso.
— ¿Por qué?
— Porque no lo conoces.
— No es necesario conocerlo: un hombre que trabaja en una ONG pro derechos de la mujer o es gay o quiere engrupir minas.
— Ese no es el caso: Nando es un hombre sensible, súper culto y atento. Siempre se da cuenta cuando estoy de mal humor o muy cansada y me trae un café o unas galletas.
Mi estrategia funcionó. Mi sonrisa va de oreja a oreja.
— Andrea... ¡¿no me digas que te estás enamorando?!
Mi amiga me mira como si le hubiese dicho que tiene lepra.
— ¡No! Si tú sabes que me cargan los hombres...
— Mmmm... – le zumbo mientras le doy pinchazos en la panza con el dedo.
— ¡No es cierto!
Y me echo a reír. No por burlarme, sino de contenta. Le digo que me gusta verla así, ilusionada, sonrojándose por alguien, pero sin decirme nada, sale de la oficina dando un portazo.
Suspiro y sigo trabajando. Sinceramente espero que le vaya mejor que a mí.
lunes, 27 de julio de 2009
Los grados de amistad
¿Qué define la cercanía que tenemos con las personas con quienes no compartimos sangre? Esa fue la pregunta que me perforó los sesos mientras conversaba sobre la amistad con Óscar, quien es, por lejos, mi mejor amigo. Sin pensarlo mucho, elaboré una brillante teoría que ahora paso a compartir con ustedes.
Existen cuatro grados de cercanía con las personas: Amistad tipo I, Amistad tipo II, Amistad tipo III y los Conocidos.
En la Amistad tipo I entrarían las personas más próximas a uno: a los que llamamos para contar nuestras penas, los que vamos a consolar cuando están mal, aquellos que nos hacen sentir feliz cuando ellos están felices.
En la Amistad tipo II incluimos a las personas que están cerca de uno, que comparten mucho con nosotros pero siempre en forma restringida. Es decir, el Amigo tipo II no es alguien con quien podamos ir a emborracharnos para llorar las penas, ni es una de las primeras personas a quien llamaremos para decirle que nos casamos, pero claramente sería de las que no olvidaríamos en la lista de invitados del matrimonio. Generalmente, con el Amigo tipo II nos juntamos mucho en instancias sociales (fiestas, cumpleaños, happy hours, etc.) pero pocas veces en forma personal.
En la Amistad tipo III están las personas que a uno le caen muy bien y tienen buen feeling con uno, pero con las que no nos juntamos a menos que haya una excusa de por medio. Es decir, no nos vemos habitualmente, pero la invitamos al cumpleaños cuando nos acordamos de él. Y si organizamos alguna junta, es más probable que al Amigo tipo III lo invite uno de nuestros Amigos tipo I o II, ya que a uno se le olvidará contemplarlo.
A veces, la Amistad tipo III es un estado en el que caen antiguos Amigos tipo I y II de los que uno se ha distanciado.
Los Conocidos son precisamente eso: personas con las que uno se topa o ha topado en forma más o menos regular. Quizás compartimos ambiente (trabajo, estudios), pero no podríamos mantener conversación con ellos más de 5 minutos, y lo más probable es que para no quedarnos callados empecemos a hablar del tiempo.
¿Complicado? Voy a poner tres ejemplos para que se entienda.
Caso 1: Acabo de cambiarme de departamento y quiero hacer una pequeña celebración. Seguramente, para este evento sólo llamaré a mis amigos tipo I y II, porque los tipo III son demasiado distantes y engrosarían demasiado la lista. En este caso, los Amigos tipo III son los que habría invitado para mi cumpleaños pero no para algo tan nimio, mientras que a los Conocidos ni siquiera se me ocurriría invitarlos.
Caso 2: Tengo deseos de casarme con mi novio, pero estoy insegura. A mis Amigos tipo I los llamaría para contarles de mis dudas, quizás me juntaría con ellos para oír sus consejos y sus experiencias. A mis Amigos tipo II no los llamaría jamás por esa razón, a menos que estén pasando o hayan pasado por una experiencia similar, en cuyo caso su consejo podría ser considerado como la “voz de la autoridad”.
Caso 3: Acabo de terminar un libro fascinante, que considero tan bueno que todo el mundo debería leerlo. Lo primero que hago es llamar a mis Amigos tipo I para contarles eso y para prestarles el libro (a menos que sepa que son unos rata que jamás los devuelven). A mis Amigos tipo II jamás los llamaría por eso.
Suficiente pseudoteoría chanta. Sólo me resta decir que me muero de ganas de contarle esta tontería a mis Amigos tipo I. Jejeje.
miércoles, 22 de julio de 2009
Mi lado oscuro
Tengo que hablar sobre mi lado oscuro. Qué intimidante suena esto... me imaginé de repente como una bruja o un orco de Mordor o una arpía... jajajaja. A veces asociamos el lado oscuro con lo malo o con las cosas de nuestra personalidad que no nos gustan, pero yo creo que el lado oscuro es también la parte de nosotros más profunda.
Antes que todo las reglas:
1.-Nombrar el blog que te lo otorga:
Quisiera agradecer el premio a Yo, la que olvidaste. Me encanta su blog y siempre lo visito. ¡Muchas gracias!
2.- Comenta tu lado oscuro (¡chan!): pensamientos, actitudes, etc.
Quiero comenzar con una parte oscura de mí, que ya he comentado: soy envidiosa. No sé si es sana o insana, pero es envidia y he aprendido a vivir así sin ser un monstruo consumido por los malos pensamientos. En eso me ha ayudado mi capacidad de novelizar mi vida. Envidio el profesionalismo y lo seca que es Catalina, mi Némesis. Envidio el cuerpo de Scarlett Johanson y Megan Fox y definitivamente quiero saber cómo lo hace Marisa Tomei para tener el cuerpo que tiene a su edad (¿la vieron en "The Wrestler"?). Envidio las escritoras de éxito como J.K. Rowling o Stephenie Meyer y me encantaría algún día publicar un libro y ser así de rica y famosa (sueñaaa... jajaja).
Eso era lo conocido. Ahora les cuento el lado oscuro que ustedes no conocen. Muajajaja.
El primero es que soy un poco asesina al volante. Me gusta mucho la velocidad y ésa es la razón más importante de porqué todavía no me compro un auto: me doy un poquito de miedo =P. Me da la impresión de que seríaun peligro, pero no porque maneje mal (de hecho lo hago bastante bien), sino porque soy un "poquito" alterada.
Me encanta jugar airsoft, pero... me gusta aún más acribillar a mis compañeros de juego aunque ya estén derribados. Soy terrible, al igual que al volante con un arma en la mano (aunque sea de juguete) soy un poco peligrosa, me lo tomo en serio y disfruto corriendo y disparando, creyéndome una sheriff del Oeste. Bang Bang.
Y por último confieso que soy picada. Enferma de picada. Cuando jugamos, ya sea con amigos o en familia (incluso en pareja), sale a relucir mi lado ultra competitivo: me encanta ganar y trato de dar mi mejor esfuerzo en lograrlo. Si no gano me enojo, pero más que con los otros conmigo misma por no haber sido capaz.
Ufff... terminé. Qué difícil es esto de sacar el lado oscuro... ya me dio vergüenza... jeje. Bueno ahora vienen los nominados papapapáaaaan.
3.- Otorgar el premio a 4 blogs más:
Y los que se llevan este lindo premio son (en realidad me muero por saber sus 'lados oscuros'... jeje):
Mely
Beren
Mr. Vic
Mr. Bonkei
Espero leerlos luego :)
lunes, 20 de julio de 2009
De frente, marrr
El sábado Simón fue a cenar a mi casa. No me puedo quejar, la relación anda bien. O más bien debería decir anda, porque la verdad es que a pesar de que de un tiempo a esta parte tenemos una comunicación más fluida (ya no suele desaparecerse sin avisar y me devuelve los llamados apenas puede) y que es atento y cariñoso conmigo, siento que no es suficiente.
A veces pienso que soy un ogro resentido e inconformista. Quería sentirme especial para alguien y llega Simón y me hace sentir una princesa. Hasta me llevó a las Termas en ese fin de semana de lujo.
Pero al mismo tiempo me siento como la tonta del curso, a la que le pusieron los cuernos en sus narices e hizo como si no hubiese visto nada. Hice lo que siempre juré que no iba a hacer. Lo peor de todo es que cuando me acuerdo todavía me da rabia. Pero no hice nada en el momento y ahora creo que ya no tiene caso.
Pero aún si eso no hubiese ocurrido, aún pensando que todo se va a mantener así o va a mejorar, sigo sin proyectarme con él. Una parte de mi me reta y me dice que deje de creer en utopías, que ya me equivoqué una vez y que la corte con el jueguito. Sin embargo, hay otra parte que tiene ganas de soñar y de ilusionarse que me recuerda que la vida no es eterna y en algún momento, más temprano que tarde pensaré en la maternidad... ¿pero con Simón? No, no me lo imagino. Para proyectarse de esa manera se necesitan hombres como Aníbal...
Ese era mi sombrío ánimo el sábado cuando llegó Simón. Había preparado una receta de pollo a la naranja de mi mamá y debo decir que me quedó bastante bueno.
Durante toda la cena estuve dándole vueltas al tema hasta que recién en el postre, después de haber pasado por una amplia gama de temas irrelevantes, encontré el valor para lanzarme a la piscina.
- Simón, ya no somos niñitos de 15, no puede ser que cada vez que me encuentre con un amigo no sepa cómo presentarte... ¿qué digo? ¿que eres mi amigo? Es evidente que somos algo más... ¿que eres ‘mi pareja’? siempre he odiado ese tono tan indefinido ¿que eres el tipo con el que me acuesto de vez en cuando? Sí, super presentable.
- Anaís... deja de preocuparte por el qué dirán y vive la vida que es una sola. Que no te importe el resto, lo importante somos nosotros, que estamos juntos y que nos queremos.
- Sí, si eso lo tengo claro, no creas que soy de las que le da mucha importancia a las apariencias y eso tú lo sabes. Si fuera por eso jamás habría iniciado esta relación contigo, de partida.
- ...
- A lo que yo me refiero es que si realmente nos queremos y estamos juntos, como tú dices, pues bien, entonces pongámosle nombre a eso.
- Creo que te estás apurando mucho Anaís, esas cosas no se dan por decreto, sino que fluyen naturalmente.
Después de eso juro que quería echarlo a patadas de mi casa.
viernes, 17 de julio de 2009
El atractivo de los hombres con hijos
Las compras del supermercado no son una cosa que me vuelva loca. Conozco mujeres que se podrían pasar el día entero en el Jumbo, entre los pasillos de ropa, comida importada y haciendo altos cada 2 horas en la cafetería. Yo no puedo. Para mí el super es para, con lista en mano, ir sacando lo justo y necesario, así que generalmente voy como un bólido pasillo tras pasillo sacando exactamente lo que necesito según mi lista.
En esas estaba ayer en el supermercado haciendo las compras del mes (aprovechando el feriado), concentradísima en mi lista y con los audífonos de mi mp3 puestos para no tener que escuchar la música horrible que ponen, cuando a que no van a adivinar con quién me encontré… nada más y nada menos que a Aníbal, el chico tierno.
Ocurrió mientras iba del pasillo de las carnes hasta la librería. Entre ambos, tenía que pasar por el pasillo de la juguetería y ahí, evaluando unas figuritas de acción de Batman encontré a Aníbal.
De buenas a primeras no lo reconocí, sólo me pareció cara conocida, así que disminuí la velocidad de mi carrito, pero eso fue suficiente para que él me mirara y me saludara automáticamente.
- ¡Hola! ... Anaís, ¿cierto?
- ¡Hola! Sí, ¿y te acuerdas?
- Es que es un nombre muy bonito y poco común. ¿Cómo estás?
- Bien, ¿y tú? ¿en qué andas?
- Diego está de cumpleaños este fin de semana y le estoy buscando su regalo… Diego, mi “hermano- ahijado” –aclaró al ver mi cara de ‘¿y quién es ése?’
- Ahhhh… qué tierno tú… jeje… bueno Aníbal, me tengo que ir. Espero verte en otro happy hour.
- Que estés bien, Anaís. Nos vemos.
No sé ustedes, pero yo encuentro tremendamente atractivos a los hombres que, ya sea a través de sus propios hijos o de sus sobrinos o, como en este caso, de un “hermano adoptado”, expresan ese instinto paternal. Es como si se vieran más hombres, más maduros, más experimentados, pero como si al mismo tiempo tuvieran más a flor de piel las ganas de jugar y de reír.
Son como niños grandes. Son esa mezcla perfecta entre la madurez y el macho proveedor y la inocencia y las travesuras de los niños. Lo confieso: me encantan. Por eso, al ver a Aníbal entre los estantes llenos de figuritas de acción y sets de cowboys y piratas, no pude evitar pensar en lo atractivo que me parecía ese “algo” entre su sonrisa, el hecho que no olvidara mi nombre y su seudo paternidad.
¿A ustedes les pasa algo parecido?
lunes, 13 de julio de 2009
10 cosas honestas sobre mí
Las reglas son;
*Agradecer al blog que me lo envió (que eso lo hice el primer día, pero ahora lo hago otra vez desde mi blog: ¡mil gracias Francisca!)
* Decir 10 cosas honestas sobre mí.
* Poner el logo del premio en mi blog (la fotito, ya está).
* Seleccionar al menos 8 blogs y notificarles la entrega del premio (en este minuto parto a eso).
Antes que todo, muchas gracias a Francisca por el galardón. Siempre he considerado que el mundo sería mucho mejor si todos fuésemos honestos... Pero también creo que para que eso sea posible, todos deberíamos aprender a aceptar al otro como es, y no como queremos que sea: eso es más difícil aún que ser honesto.
1. Escribo diarios de vida desde que tengo 12 años. Los primeros fueron esos típicos con portadas rosadas y candado que hasta un ciego con artritis podía abrir; después di el salto evolutivo a los simples pero siempre útiles cuadernos. En un comienzo anotaba todo lo que me pasaba en el día, tal como hacía Papelucho; con el tiempo me puse más selectiva, mi bitácora se fue volviendo más literaria, hasta que adquirí la costumbre de “novelizar” mi vida.
2. Soy terriblemente ordenada: me carga que se acumulen papeles o polvo en algún rincón de mi departamento y lavo la loza apenas termino de usarla. Pero en un lugar privilegiado de mi pieza tengo un baúl heredado de mi abuela que alguna vez fue usado como maleta. En él guardo todos mis cachureos: una colección de conchitas que recogía en la playa; algunos de mis viejos cuadernos del colegio; un zapatito de charol de cuando aprendí a caminar; mi primera carta de amor; hojas secas; un tubo de pasta de dientes Odontine; una figura rota de bronce que representa a don Quijote y no me acuerdo cuántas cosas más.
3. Algunos dicen que me parezco a mi mamá, lo que en verdad no me gusta. Me da pavor cuando se me salen los modismos o los gestos de mi mamá. ¡Espero no ser tan prejuiciosa y machista el día que tenga hijos!
4. A veces siento que juzgo a las personas que están cerca de mí con una vara demasiado alta. Quizás me pase porque a mí misma me juzgo con mucha dureza... Me exijo mucho y a veces espero que los demás se exijan tanto como yo.
5. Mis amigas y conocidas que van al gimnasio les encanta: piensan que es muy entretenido ir a sudar como cerdo y quedar con los músculos adoloridos. Les encanta juntarse y hablar de cómo las quedó mirando ese abogado guapetón en las pesas, pero la verdad yo me aburro como ostra en fiesta de cangrejos. Nunca se los he dicho, pero si no fuera por mi maldito rollo Highlander jamás iría al gimnasio.
6. Siguiendo con lo anterior: me da vergüenza que me vean desnuda por ese rollito en mi estómago. Es por eso que, cuando me desnudo con mi pareja, prefiero estar a media luz y hago contorsiones extrañas cuando hago el amor. =P
7. Me río con los chistes verdes... Peor aún: cuando me siento muy a gusto, los cuento yo misma. ¿Qué diría mi mamá si me viera?
8. Me encantan los karaokes: pero sólo cuando estoy en confianza en casita: mi canto tiene la gracia del graznido de un buitre moribundo.
9. Me encanta Umberto Eco, pero no entiendo a Borges: hasta sus títulos me confunden.
10. No me siento tan bonita como para ser exigente, pero siempre me fijo primero en los hombres guapos y cancheros. Habitualmente me río de los nerds y los hombres que parecen tener 10 meses de embarazo. Sin embargo, varias veces me he tragado el orgullo y he terminado encantada con algunos hombres a los que jamás habría mirado, sólo porque me han hecho reír. El asunto es bastante simple: cualquier hombre puede aprender a ser seductor, pero muy pocos son capaces de enfrentar las incomodidades del antes, durante y después del coito. Y para eso, la apariencia no sirve de nada.
Ok, y ahora la tarea de pasárselo a lo menos a 8 personas. Debo decir que algunas se va a repetir con el meme anterior de las 7 cosas, y pido perdón, pero créanme que si los vuelvo a nominar es porque creo que se lo merecen. Acá van mis premiados por ser bloggers honestos y muy entretenidos:
J.Carlos
Michelle
Saruki
Blanky
Lágrima Perpetua
San
Leslie
Señorita Templaria
Moni
Guada
(Lo sé, son más de 8, pero tengo la firme convicción que todas las personas que incluí se lo merecían, pero no lo sientan como obligación, porque es más que nada para pasarlas un premio que yo considero que se merecen. ¡Besos a tod@s!)
¡Aquí está su premio chic@s!
domingo, 12 de julio de 2009
Madre hay una sola...
— ¡Ya pues mamá, que están encendidas las velas!
— Espera, espera... ¡Anita María! Llévese los platos a la mesa.
— Mamá... ¡Ven de una vez!
— ¡Ay mijita! Espérate un poco, que tengo las galletitas en el horno.
— ¡Mamá! —mi hermano ya no aguanta más— Son dos minutos, ¡ven!
Por fin sale de la cocina, secándose las manos con un paño. Ana María, la nana, casi se tropieza con ella en la oscuridad del living, iluminado sólo por una velita en forma de signo de interrogación. No sé qué me revienta más los ovarios: el chistecito de la vela, que mi mamá no haya salido de la cocina desde que llegamos, o la típica idiotez que dice la Nacha (mi cuñada) cuando mi mamá por fin apaga la vela:
— Ya, ahora la guardamos para el año que viene.
Risa general más falsa que Judas. Yo sólo sonrío y trato de quedarme cerca de mi prima, tratando de esquivar a Julián.
— Feliz cumpleaños, tía —dice mi ex marido entregándole su regalo.
— ¡Ay, qué amoroso! No tenías por qué...
Por el momento voy a dejar que disfrute, que la pase bien. Pero después voy a conversar seriamente con mi mamá y le voy a prohibir que vuelva a invitar a Julián a cualquier evento familiar... Aunque ya me estoy imaginando la respuesta:
— Pero Ani, es mi cumpleaños y me gusta que vengan todos los que quiero... ¿No estarás celosa de que Julián quiera a su suegra?
— EX suegra, mamá.
— Ay, mijita, pero si todavía están casados...
Afortunadamente, hay suficientes personas con las que puedo conversar sin necesidad de acercarme a él. Los niños se van a jugar a una de las piezas y yo me quedo en el círculo de primos: a la mayoría no los veía en años. A una de ellas, Mariana, la recordaba como una petisa molestosa a la que le gustaba tocar la guitarra y cantarle a todo el mundo: ahora está convertida en una emo de quince años.
— ¿En qué estás, Anaís? —me pregunta uno de mis primos mayores— ¿Tienes hijos ya?
— No —casi agrego “por suerte”.
— Pero las cosas van bien con tu marido...
— Sí, van muy bien: hace más de cuatro años que nos separamos.
Mis primos se quedan atónitos; los que ya lo sabían, le explican al resto las circunstancias. Y Mariana me queda mirando con su único ojo ensombrecido por el maquillaje (el otro está cubierto por su pelo planchado):
— ¡Qué desatinada la tía! ¿Por qué lo invitó?
Quería abrazarla: por fin había alguien que me entendía. Me encogí de hombros.
— Tonteras de madre —respondí—. Creerá que puede hacerme gancho para volver con él...
— A mí me pasó algo parecido —siguió mi prima—: cuando terminé con mi pololo y empecé con mi banda, mi vieja pasaba invitando al pelotudo a tomar once. Al final tuve que echarlo a golpes de baqueta.
Nos reímos de buena gana. Al final, la pasé tan bien conversando de música y pololos con mi prima que ni siquiera me di cuenta cuándo se fue Julián. Lo único que me queda dando vueltas es por qué Mariana, una típica adolescente rebelde, vino al cumpleaños de mi mamá. Mi hipótesis original era que había sido obligada, hasta que me dijo que le había traído de regalo un peluche que ella misma había hecho.
— ¿Te cae bien mi mamá? —le pregunté; Mariana sonrió.
— Cuando mi mamá me prohibió que formara mi banda (me obligó a subir las notas antes), la tía me defendió y me regaló mi primera guitarra eléctrica.
— ¿En serio?
Me quedo mirando a mi mamá: es increíble cómo las personas que uno cree conocer siempre nos terminan sorprendiendo.
Soy la última en irse de la casa. Me quedo ordenando junto a mi mamá. Ella insiste en que me vaya luego, que mañana trabajo y toda la tontera. Cuando por fin me voy a ir, la abrazo fuerte.
— Feliz cumpleaños mamá.
— Gracias, mi amor. Ay, me encantaron las flores que me trajiste... Y los aros, ¡son tan bonitos! Perdona que no te agradeciera antes.
— Está bien.
Siento que en cualquier momento me voy a poner a llorar. Y entonces mi madre remata:
— Bueno, ¿cuándo vuelves con Julián?
jueves, 9 de julio de 2009
Cosa de viejos
— Hola Ani. ¿Podemos juntarnos en el café frente a mi consulta el miércoles después de la pega? Besos, chao.
Ese era el escueto mensaje de mi padre en el correo de voz de mi celular el martes. Me llamó muchísimo la atención: mi papá no es de los que les gusta sentarse a conversar un cafecito. Al contrario: su pasatiempo preferido es sentarse en el living a leer en absoluto silencio, ni siquiera escuchando música. Me acuerdo que cuando chica hacer ruido cuando mi papá leía era una sentencia segura: “ándate a la plaza”, me decía con su voz profunda. Mi mamá sólo repetía la orden y me sacaba rápidamente de la casa.
Es cierto, cuando niña le tenía miedo. Es que a mi papá en verdad no le gustan los niños (y eso que es pediatra). Pero a medida que fui creciendo y empecé a tomarle el gusto a la lectura, solía compartir esas tardes en el living con mi papá. Recuerdo que mientras él devoraba un tratado de medicina o una novela de Dumas en su sillón favorito, yo me sentaba frente a él, en el sofá, tendida de espaldas, tratando de encontrar lo que tanto podía fascinar a mi padre entre las páginas bíblicas de la edición Aguilar de Viaje al centro de la Tierra.
Aunque jamás conversábamos, algo de lo que compartíamos con mi papá nos terminó uniendo mucho más de lo que puedo entender. Cuando estoy con él no tengo por qué dar interminables explicaciones sobre mi vida o mis sentimientos: basta intercambiar unas pocas palabras para que todo el resto se entienda.
La tarde del miércoles llegué al café cinco minutos antes. Mi papá ya estaba sentado, leyendo el diario, y esperaba que le trajeran su expresso. Le di un beso y me senté.
— Hola mijita.
— Hola papá.
Pedí un mokaccino y una medialuna. Mi papá siguió leyendo hasta que terminó el artículo; luego dobló cuidadosamente el diario. Cuando nos sirvieron, finalmente me habló.
— Tu mamá está sentida contigo.
— Ah. Me imaginé.
Típico de ella: una semana sin llamarla y ya se pone a reclamar que nadie la quiere, que sus hijos la abandonaron, que se va a morir sola y otra sarta de tonteras.
—Bueno, este domingo obvio que iré: es su cumpleaños y si no voy no me lo perdonaría… ni ella ni yo.
Mi papá asintió. Ambos sabíamos que bastaba eso para que mi mamá me perdonara. Le llevaría un ramo de flores, un regalo y anécdotas escogidas para evitar polémica; soportaría durante unas horas a mi cuñada con sus azucarados comentarios sobre lo hermoso que es criar niños... Mientras mi papá se reiría discretamente.
— Y tú... —tenía problemas para encontrar las palabras adecuadas para la pregunta— ¿Estás bien?
— Sí. Estoy saliendo con alguien.
— Ah.
— Más maduro.
— Ajá.
— Pero no es nada muy serio. Creo.
Se terminó el café en silencio. Yo ataqué mi medialuna. Después de un rato, agregó:
— Lo que importa es que estés bien: el resto hay que tomárselo con calma; no hay nada tan urgente.
Tres oraciones. Eso era mucho para mi papá. De hecho fue tanto, que no pronunció ni una sola palabra hasta que pidió la cuenta. Quise pagar mi parte, pero él se negó a aceptarlo.
— Nos vemos el domingo entonces.
— Te quiero papá.
Sonrió levemente, me abrazó y nos separamos.
martes, 7 de julio de 2009
La importancia de llamarse Óscar
— Pucha niña, ¿cómo te lo cuento? Me echaron de la pega.
— Pero... ¿Cuándo? ¿Por qué?
— Fue de a poco. Cada semana me daban menos trabajo, no me llamaban para las pautas. Hasta que esta mañana, cuando fui a la pauta, me dijeron que ya no me necesitaban. Así de simple.
— ¿Alguna razón justificada?
— Sí, aunque no era la oficial: haberme acostado con el antiguo editor.
El pobre Óscar estaba a punto de llorar. Pero se contuvo, como lo hace siempre... Excepto cuando vemos una comedia romántica: con esas siempre llora. Pero nunca lo hace cuando habla de sus dramas.
Me llamó al celular justo después de la pega. Yo ya había empezado a contarle mis tonterías de pareja cuando me dijo con un tono que me asustó: “Anaís, tenemos que hablar. ¿Podemos juntarnos en mi casa?”.
Si hubiese sido Simón o cualquier otro hombre, esa frase me habría hecho temblar de miedo. Pero siendo Óscar, lo único que sentía era preocupación.
— ¿Cómo sabes que fue por eso? Puede que estén haciendo reducción de personal, que alguien te haya aserruchado el piso...
— No, niña. Fue por eso. Te conté que estuve saliendo un tiempo con un ex editor de Nacional, ¿verdad?
— Sí... ¿el que siempre usaba corbatas negras, que estaba cagado de miedo cuando cachó que le gustaban los hombres? Me decías que te encantaba su voz.
— Cuando estudiaba estuvo en el coro de la universidad. Era bajo. De la voz, digo. ¡Y tan tierno!
— ¿Y qué pasó?
— Se cagó de miedo cuando su señora quedó embarazada por segunda vez. Así es que agarró sus cosas y se fue a Estados Unidos a hacer un magíster en no-sé-qué. Y yo me quedé solito, chupándome el dedo.
— Pucha, Óscar...
— Igual encuentro que fue lo mejor. No quería dejar a su señora, ¿sabes? No la amaba, pero la quería mucho. Y también a su hijo. Yo jamás le habría pedido que dejara a su familia. Pero eso no importa. Lo nuestro fue súper bonito, me deja como un recuerdo dulce, ¿sabes? Lo malo pasó después...
— Se supo.
— No sé cómo. Siempre fuimos súper discretos. Pero un día noté que la actitud de mis compañeros había cambiado: aumentaron los chistes de maricones a la hora de almuerzo; el fotógrafo con el que siempre trabajaba, que era re bueno para echar la talla, de pronto se quedó mudo; el nuevo editor me pasaba rechazando las notas y tenía que reescribirlas tres o cuatro veces. Al final me dijeron que “podían prescindir de mis servicios”. Me pagaron lo que me debían y me dieron una patada en el culo.
— Pucha, Óscar...
Lo abracé, le di un beso en la frente y le hice cariño en la cabeza. Él se pegó a mí y me dijo que me quería mucho, que gracias por haber venido y que yo era su mejor amiga. Pensé que quizás ahora se le ocurriría reflotar su abandonado proyecto de crear una revista digital: siempre había querido embarcarme en él, pero yo siempre trataba de escabullirme.
De pronto se paró y me ofreció un café. Mientras estaba preparándolo, sonrió.
— ¿Sabes qué? La semana pasada, una amiga me mandó un mail avisando que se liberaba un puesto en una revista de decoración. Creo que me iría súper bien ahí: tengo re buen gusto.
— En eso tienes toda la razón.
Siempre le he alabado a Óscar la decoración de su casa. Es cierto que a veces no hace la cama y se olvida de lavar la loza, pero sabe combinar colores y cómo organizar el espacio. Aunque decora con puras cosas de remates y cerámicas de todos los diseños imaginables, Óscar consigue darles un toque muy chic. Siempre tiene flores frescas y sabe aprovechar la luminosidad del departamento.
— Le voy a responder. Igual ya estaba medio cansado del diario: es un ritmo súper agotador. Ahora quizás voy a tener más tiempo para mí y para el proyecto.
Me miró con cara cómplice, pero yo lo evité. Igual sonreí. Eso es lo que más me gusta de Óscar: nunca se queda pegado en los problemas. Me gustaría parecerme a él en eso.