domingo, 31 de mayo de 2009

Fue un simple topón

— Eres muy linda.
— G-gracias —sentí que mi cara estaba a cien grados.
— ¿Quieres pololear conmigo? —dijo, acercándose a mí, mientras bailábamos “Back For Good” de Take That.
— ¡Ay, Julián! No sé... —lo miré y me derretí: quería que ese hombre me besara, que me arrancara la ropa y me tocara todo el cuerpo— Sí. Me gustaría.
— ¿Puedo darte un beso? —dijo con voz agitada, llena de felicidad.
— Me... me encantaría.

Fue un simple topón. Yo abrí la boca, esperando su lengua, pero no pasó nada. En ese entonces yo me sentía una experta en besos, pero Julián era francamente fome. Ahora entiendo que eso era un mal presagio: tardé más de 3 años en convencerlo para que hiciéramos el amor. Y eso que conseguí que lo hiciéramos antes de casarnos.

Julián viene de una familia tradicional: descendiente de alemanes, el concho de la familia, es de los que va a misa todos los domingos con la mamá y luego almuerza con ella. Incluso al comienzo de nuestra relación, y aunque nunca me he sentido muy cerca de Dios ni de mi ex suegra, solía acompañar a Julián a la misa dominical de vez en cuando.

En el colegio, Julián era el mejor partido de su generación: todas las niñas de la media andaban detrás de él y yo no era la excepción. No sé por qué se fijó en mí: nunca me he considerado muy bonita, ni muy brillante. Mis notas eran buenas, pero no excepcionales. Él estaba en cuarto medio y yo en segundo cuando nos conocimos. Nos cruzamos en un par de fiestas, bailamos algunas veces, conversamos trivialidades y de pronto, cuando compartíamos nuestro primer lento, me pidió pololeo.

De inmediato pasé a ser el blanco de la ira de todas las minas de la media: Julián nunca había pololeado, ni siquiera había dado un beso, y un lunes de primavera llegamos juntos de la mano. Desde entonces, mi vida en el colegio se convirtió en un infierno: las minas se hacían amigas mías para acercarse a Julián, coqueteaban con él frente a mis ojos, y pasaban pelándome a mis espaldas. Lo más suave que escuché de rebote fue que “Julián estaba conmigo por lástima”.

Oriana, la niña más linda de la media era, de lejos, la que estaba más furiosa. En una ocasión, mientras yo estaba en el cubículo del baño, entró Oriana con sus amiguis.

— ¿Viste cómo te miraba las pechugas el muy fresco? —lanzó una mina con su voz permanentemente disfónica.
— Ay, sí. Ese Julián es un carepalo —reconocí la voz de Oriana—. Mira que pololear con la pajarita y andar mirando pechugas ajenas... Atroz.
— No les doy más de dos meses —espetó una tercera—. Se viene el verano y ella no va a tener cómo competir.
— Sí, pobrecita —concluyó Oriana—. Ella no tiene la culpa de ser tan poco desarrollada.

Salieron inmediatamente después de ese breve diálogo, lo que dejaba en evidencia que ellas sabían que yo estaba ahí. Pero habían conseguido su objetivo: en ese momento me estaba tocando las pechugas.

viernes, 29 de mayo de 2009

En la escena del crimen

- ¿Por qué esa cara?
- Nada -dije, mientras miraba la mesa donde había pillado a Simón con la rubia maldita-. ¿Tenía que ser en este lugar?
- ¿No te gusta? Es el mejor café de El Bosque. Sirven un capuchino estupendo. Ya te pedí uno.

Bueno, ese es Julián. Llegó cinco minutos antes al local (el mismo café donde vi al muy hijo de puta con Patty la hamburguesa), con su terno impecable, el peinado lengua de vaca; me acomodó la silla apenas llegué. No ha cambiado nada en todos estos años.

- Aquí están los papeles -le pasé la carpeta y el lápiz, tratando de cambiar rápido de tema-. Fírmalos, por favor. No quiero seguir hueveando con la Isapre.
- Ya veo -dijo mientras sacaba sus anteojos y se los ponía en la nariz, con ese gesto típico que tanto me gustaba; se puso a hojear los documentos, los guardó y se sacó los anteojos-. Déjame llevárselos a mi abogado y él te dirá si están en orden.
- Pero... ¡Los necesito para la semana que viene!
- ... Supe que tienes algo estable con alguien, te felicito. ¿Cómo va eso?

Me estaba clavando las uñas en las palmas de las manos de tan enrabiada que estaba. No sólo seguiría evitando el tema del divorcio, sino que además me estaba espiando. Pero no me rebajaría a contarle mis penas de amor a mi ex.

- Muy bien. Llevamos casi tres meses. Es un tipo divertido y muy atento, alguien con quien una podría proyectarse.

1-0. Noté inmediatamente el gesto de celos de Julián: esa típica mueca que hace con las comisuras cuando hieren sus sentimientos.

- Me alegro por ti, Any.
- Anaís -le escupí; detesto mi apodo del colegio.
- Deberías tener cuidado con ese Simón: le llueven las mujeres y no sabe decir que no.

1-1. Lo estaba reconociendo: el muy pendejo me espiaba. “Cálmate”, me dije. “Obviamente, él lo conoce, pero no dejes que se entrometa en tu vida. Hazte la desentendida. No dejes que note que te importa”.

- ¿Y cómo sabes eso? ¿De dónde lo conoces?

2-1 por autogol. “So pelotuda”, me dije.

- De odontología, es un ex compañero que se cambió a publicidad. Decían por ahí que tuvo problemas por meterse en demasiadas bocas ajenas, ja ja ja. Nos encontramos hace un par de semanas: fue a mi consulta y lo reconocí. “Estoy saliendo con una minita de lujo”, me contó. No me costó mucho sacarle el nombre. Ese tipo no es bueno para ti, Any. Te va a romper el corazón.

Me estaba ganando por goleada y no estaba consiguiendo nada: Julián seguía pateando lo de los papeles, descubrí que me estaba espiando, me confirmó que Simón es un mujeriego y además le estaba dando lástima. No tenía nada más que hacer ahí, así es que emprendí la retirada.

- Mira, Julián, no quiero perder más el tiempo. Si no vas a firmar los papeles, no tengo nada que conversar -me puse de pie.
- Pero, ¿y tu café?
- No importa. Igual no creo que sea tan bueno -dije, retirándome indignamente.

miércoles, 27 de mayo de 2009

La desconfianza

¿Qué soledad es más solitaria que la desconfianza?
George Eliot

Encontré esa frase hoy y me hizo mucho sentido. Es triste desconfiar porque uno corre el riesgo de quedarse solo y de encerrarse cada vez más en sus sospechas. La desconfianza es como un germen muy difícil de sacar, una especie de virus que puedes controlar, pero no acabar con él, siempre quedarán restos, fantasmas.

La desconfianza en la pareja no se da por el hecho de ser infiel, sino por querer negar verdades obvias o por tratar de convencernos de algo que para nosotros es, evidentemente, una mentira. Yo no sé si Simón realmente tiene (o tuvo) algo con Patty la hamburguesa, pero el hecho de que no me lo haya aclarado bien y que más encima me haya cambiado de tema, me hace dudar de él y de sus intenciones.

La desconfianza no se limita al ámbito de las relaciones amorosas, también puedo desconfiar de una amiga que pasa diciéndome lo bonita y regia que estoy cuando es obvio que tengo kilos de más, unas tremendas ojeras y se me olvidó maquillarme. Es, en el fondo, cuando una careta se vuelve tan evidente que deja ver lo que hay detrás, cuando se deja en evidencia segundas intenciones.

Cuando llega la desconfianza, no hay nada que se pueda hacer para extirparla. Se instala en nuestras cabezas para siempre, como una especie de Pepe Grillo, pero que permanentemente se está cuestionando todo a su alrededor: ¿sólo se estaba tomando un café con Patty? ¿y si era algo más? Pero esa amiga tuya que te dijo que te iba a apoyar y después no apareció ¿será que en realidad no es tu amiga? ¿no te quiere? O peor ¿te querrá hacer daño?

Aprender a vivir con la desconfianza es aprender a convivir con esa vocecita interior que siempre te estará haciendo preguntas y poniendo en evidencia lo tonta que eres al confiar en la gente. Pero también significa aprender a controlarla, a no dejar que esa voz te convenza y a enfrentarla permanentemente con tu razón. No es fácil y no siempre ganamos, pero hay que dar la batalla hasta el final.

lunes, 25 de mayo de 2009

¿Es lo que me imagino?

- No es lo que te imaginas – me dijo el muy desgraciado, dándome a entender que era exactamente lo que yo me había imaginado desde un principio.

Hice lo que se supone que debe hacer toda mujer inteligente, progre, independiente y todas esas cosas que les encanta decir a las minas que están pegadas con algún tema: lo llamé.

Lo ensayé mil veces en voz alta y hasta frente al espejo, como si me fuera a estar mirando desde el otro lado de la línea telefónica. Quería que me escuchara lo suficientemente relajada y buena onda como para que pensara que soy una mina moderna, cero rollos y evolucionada, pero a la vez sonar decidida y fuerte.

- ¡¿Quién chucha era esa mina con la que te vi en El Bosque?!
- ¿Cómo?
- El lunes pasado, en un café de El Bosque. Te vi, no te hagai el tonto– mi máscara de mina ‘pro’ ya había mostrado la hilacha.
- ¿Estás segura de que era yo? Porque justo ese día tenía una reunión...
- ¡Bonita tu reunión! ¡Supongo que estaban haciendo un b2b! – no sé si fue en este preciso instante cuando mi dignidad se hizo humo o en realidad se había tomado vacaciones desde el momento mismo en que tomé el teléfono para llamarlo.
- ¡Ahhhh... tú te refieres a la Patty! – me dijo fresco como una lechuga
- ¡¿La hamburguesa?! – risa nerviosa de ‘estoy a punto de asesinarte’.
- Anaís, déjate con esas tonteras de cabra chica, ¿quieres? No es lo que te imaginas…
- ¿Ah no? Entonces ¿qué demonios es? - articulé a duras penas, tratando de pasar de sonar lo más compuesta posible.

Había esperado una semana por una respuesta medianamente coherente y ante mí tenía al tipo más patudo del mundo, creo que hasta lo veía sonreír a través del teléfono sin una pizca de algo parecido al arrepentimiento.

Tres días atrás probablemente mi reacción habría sido mucho más sentimental, apelando a un ‘nosotros’ cada vez más lejano, sin embargo ahora lo que me dominaba era la ira. Ojalá lo hubiese tenido justo frente a mí para sacarle los ojos...

- Patty es la modelo con la que estoy trabajando para el nuevo comercial de la compañía... tú sabes... Business are Business... jeje – rió. Él se reía de lo que para mí era un drama. Una tragedia.
- Ah, la modelo... ¿y qué tenías que estar tú coqueteando con la modelo en un cafecito?
- No estaba coqueteando con la modelo, Anaís. Estábamos conversando sobre el comercial, qué era lo que queríamos de ella... tú sabes...
- No, yo no sé nada. Explícame.
- ¿Sabes qué más? Tus celos de pendeja me cansaron.

Me colgó. Y yo me quedé como una tonta, con el teléfono en la mano, con mil preguntas y otros mil reproches en la boca...

sábado, 23 de mayo de 2009

Tomando la iniciativa

Aconsejada por Óscar, decidí que tenía que llamarlo. Después de hablar insensateces – con harto alcohol de por medio- llorar, cantar y patalear, la decisión era clara como el agua: lo llamaría para, civilizadamente, saber cómo estaba (puesto que él no había dado señales de vida en la semana) y, como que no quiere la cosa, preguntar por la rubia del café.

Hoy me levanté tarde, anduve en pijama lo que quedaba de mañana y almorcé algún elemento congelado sacado directamente de mi nevera. La vida se veía casi fácil sólo ensombrecida cada unos 15 minutos más o menos con pensamientos del tipo: ¿y si le gusta esa chica? Porque evidentemente es más joven que yo. Y más bonita. Sí, realmente tenía un cuero… debe ser argentina, y a él le encantan las argentinas. ¿Y si tengo razón y estaban coqueteando?

Rápidamente trataba de cambiar de tema. Puse música bien fuerte, como esperando que toda esa cantidad de decibeles me impidieran escuchar mis propios pensamientos.

Me vestí como para salir y me puse a ensayar frente al espejo de mi closet: ‘Hola Simón, cómo has estado?’, ‘¿Yo? ¡Excelente! Realmente ha sido una gran semana, jeje’, ‘No me lo vas a creer, pero el otro día te vi por ahí por El Bosque, casi paso a saludarte, pero estaba ultra ocupada’.

¡Qué gran mentirosa!

En verdad me he pasado toda la semana llorando como una Magdalena porque siento que tengo unos cuernos inmensos sobre mi cabeza.

Respiré hondo y tomé el teléfono. ¿Lo llamo a su casa o al celular? Probemos con la casa primero… un día sábado por la tarde debería estar allí… creo…

Tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut tut. Nada

Ok, tranquila Anaís, quizás salió a…qué sé yo ver a la mamá, comprar al supermercado, con los amigos… quizás me venga a ver…

Intenté con el celular y… ¡estaba desconectado!

Lo llamé una, dos, diez veces. Volví a intentar media hora, una hora, dos horas más tarde. Nada. Me las va a pagar, juro que me las va a pagar.

viernes, 22 de mayo de 2009

Un buen almuerzo

Desde el lunes que ando con una cara de poto indisimulable. Paso alternativamente por momentos depre, en los cuales me pueden decir que hay un incendio en el edificio y me daría lo mismo, y por períodos rabiosos en los cuales lanzo rayos por los ojos y gruño a la menor provocación.

En la empresa trabajan dos de mis mejores amigas y me resultó curioso ver cómo se comportaban a raíz de mi comportamiento. Andrea, mi amiga seria y anti-hombres, trató de ignorarlo y actuó como si fuera un día cualquiera con una Anaís bien, gracias. Angie... bueno, ya saben lo que ocurrió con Angie y sus consejos psicológicos poco apropiados para la ocasión.

Gracias a Dios que tengo a Óscar, pues siempre puedo contar con su abrazo y su eterna paciencia para escucharme. De puro tonta no recurrí a él desde un comienzo, debe ser esa tontera que a veces nos da por pensar a las mujeres que dice que entre nosotras nos entendemos mejor. La verdad yo creo que me siento más cómoda con Óscar... aunque claro, él tampoco es lo que se llama un hombre...

Ellos son mis más cercanos, mi grupo de contención, a los que siempre recurro primero. Sin embargo hoy día me pasó algo muy lindo y que me hizo darme cuenta de un par de cosas: a veces a los más cercanos, ya sea porque te conocen mucho o pasan demasiado tiempo contigo, les cuesta darse cuenta de cosas esenciales.

Andrea, por ejemplo, que minimizó mi problema y seguro lo echó al saco de los “típicos rollos de la Anaís” sin tener muy en claro de qué se trataba, o Angie que comenzó a darme consejos como si eso fuera lo que necesitara (por lo menos no en ese momento).

En cambio, hoy en la mañana comencé a conversar con Martín, un antiguo compañero de colegio a quien reencontré gracias a Facebook, por msn y le conté resumidamente mi drama. Inmediatamente me consoló, me dijo palabras tiernas y me invitó a almorzar (trabaja relativamente cerca). Increíble cómo me alegró el día ese hombre.

Es cierto, es un poquito jote para sus cosas y más de una vez he pensado en borrarlo de mis contactos, pero juro que hoy día me hizo bien. No me preguntó más de lo que debería haber preguntado ni escarbó en la herida. Hizo algo mil veces mejor: me hizo sonreír.

jueves, 21 de mayo de 2009

El abrazo que necesitaba

Son las tres de la mañana y todavía estoy llorando, aunque ahora me siento más tranquila. Óscar está durmiendo en el sofá, con el vaso de pisco en la mano; lo llamé porque ya no aguantaba más. El ver a Simón tan coqueto con una tipa regia, la infinidad de rollos que me pasé, sentirme una cornuda y para más remate que cuando le conté a Angie, ella me reprochó que dudara de él, y me sacó en cara todos mis traumas reales o ficticios.

Me sentía sucia, me sentía sola, me sentía una mierda. ¿Por qué nadie cree que me estaba engañando? ¿Me habré equivocado?

Más encima, ayer llamé a Julián para que arreglemos de una vez por todas los papeles del divorcio y escurrió el bulto... para variar. Me invitó a cenar el martes que viene, para que lo conversemos.

- ¿Dónde? - le pregunté
- En el ‘Como agua para chocolate’ - me dijo el muy maricón, como si yo no supiera que me invita allá para hacerse el lindo conmigo, para tratar cualquier tema menos el puto divorcio.
- ¿Sabes, Julián? En realidad tengo demasiada pega la semana que viene así es que dejémoslo para después.

Se despidió torpemente y yo casi rompí el teléfono cuando le colgué.

Fue entonces cuando llamé a Óscar y me puse a llorar como adolescente que acaba de ser pateada. Y él, como siempre, no me hizo ninguna pregunta, no me prohibió las lágrimas, sino que pasó por la botillería y se vino directo al departamento. Me abrazó, escuchó todo mi melodrama, luego tomamos un Alto del Crimen entero, nos contamos chistes, cantamos karaoke y me puse a llorar de nuevo, y Óscar me tuvo entre sus brazos hasta que se durmió.

Por cierto, está decidido: hablaré con Simón y dejaré de pasarme rollos.

martes, 19 de mayo de 2009

Colección de decepciones

— Tu problema es que nunca has querido entender a los hombres

El misil de Angie hizo polvo lo que me quedaba de autoestima. Ni siquiera me dejó vomitar toda la bronca que había acumulado a lo largo estos dos días. Su análisis lapidario me dejó con la mierda hirviendo y a punto de llorar.

Según Angie la que tiene el problema soy yo. Yo no me debería haber pasado ese rollo (aún con toda la evidencia en contra), yo soy poco comunicativa, yo debería haber cruzado la calle, haberlos saludado amablemente y hacer que Simón me presentara a la chica.

— Claro, también me faltó pedirle la tarjeta de presentación y anotar su fecha de cumpleaños y su celu para saludarla, ¿no? – le suelto en modo “Chispita te acompaña” en versión día de furia, mientras me empino mi cuarto pisco sour.

Angie no se da por enterada y sigue con su discurso de psicoloca hippie:

— No, no se trata de eso, Anaís. Lo que pasa es que según Erikson tú estás en la crisis de la “Identidad v/s Aislamiento” y todavía no has logrado solucionarla. Tú te empeñas en mantener cerrada tu intimidad, cuando deberías abrirte frente al hombre que te gusta. O si no, nunca vas a poder desarrollar la virtud del amor que...
— ¡Deja de psicoanalizarme!, que si quiero un psicólogo prefiero pagar uno. Vo’ soy mi amiga, hueona — y me largo a llorar mi poco digna borrachera.

Angie siempre tiene buenas intenciones y eso hace que sus consejos sean en un eterno tonito de ‘yo te enseñaré cómo se vive, hija mía’. Quería ayudarme, de eso no tengo dudas, pero la verdad es que habría sido mejor ponerme en modalidad zombie: hacer mi pega, irme a la casa, tratar de dormir, levantarme temprano y volver a la pega para no tener que pensar en Simón.

En vez de eso, invité a Angie a un happy hour. Mientras yo me emborrachaba a base de pisco sour, ella me refregó en la cara mis problemas para comunicarme, mi desconfianza hacia los hombres y mis traumas de separada.

Yo lo único que quería era un abrazo, quería que me dijeran que mi vida no es una colección de decepciones, quería...

¿Y si Angie tiene razón?

lunes, 18 de mayo de 2009

Yo, la cornuda

Estaban de lo más relajados riendo y conversando frente a unas minúsculas tazas de café. Simón le hablaba lo más cerca que podía (el muy hijo de puta) y ella se reía, toda coqueta, echando la cabeza hacia atrás y jugando con sus mechas rubias. Estuve tentada de cruzar la calle y echarle el café sobre el impecable vestido blanco que llevaba la muy puta (lo juro). En vez de eso, cambié de recorrido y me di una vuelta enorme para poder llegar al trabajo sin tener que pasar frente a ellos.

Había pedido permiso para ir al médico (ginecólogo, examen de rutina). Me carga llegar tarde y había un taco infernal, así que le pedí al taxi que me dejara en la esquina de Apoquindo con El Bosque y apuré el paso como si se me fuera la vida en eso.

Estaba esperando la luz verde para cruzar cuando veo a Simón, el idiota con el que salgo desde hace un par de meses, en actitud evidentemente ‘cercana’ con una mina estupenda. ¿Qué quieren que piense? ¿Que es su prima? ¿Es justo la amiguita que le faltaba por presentarme?

Me enganché con Simón después de años de estar sola y llevar el cartel de ‘separada antes de los treinta’. Al contrario de mi ex, Simón era un tipo canchero, simpático, bastante atractivo y hasta un poquito sinvergüenza. Me gustaba eso de que llegara a mi casa sin previo aviso y con una botella de vino en la mano, mientras con la otra me tomaba de la cintura y me acercaba a él para darme un beso. Me hacía sentir viva otra vez.

Sin embargo, las cosas no eran tan color de rosa. En más de una ocasión me había cambiado el nombre y había días en que era imposible ubicarlo porque desconectaba el celular. Cuando le preguntaba qué había hecho, se hacía el leso y cambiaba de tema.

Quizás la desconfianza ya se había instalado en mí y verlo en la terraza del café con esa chica no hizo sino confirmarme algo que yo ya intuía...

En estos momentos escribo desde mi oficina sintiéndome una mierda... y con astas de reno, más encima. Siento que, otra vez, estuve a un tris de alcanzar mi felicidad. Pero al mismo tiempo me siento enrabiada. Siento que la sangre es un líquido espeso y palpitante que recorre mis venas a un ritmo vertiginoso. Quiero gritar, quiero llorar... quiero no ser yo por unas cuantas horas.

sábado, 16 de mayo de 2009

Sobrevivir a la separación

— Anaís Sandiego: tu problema es que nunca dices lo que sientes. Todo te lo guardas.

Ese fue el diagnóstico de mi ex marido el día en que le dije que quería separarme. Como siempre, sólo tenía razón a medias: nunca le dije lo que realmente sentía a él. ¿Por qué? Simplemente porque es demasiado inocente, demasiado niño. ¿Cómo podía entender que me cansé del matrimonio perfecto, de la casa impecable, de haber triunfado profesionalmente antes de los 30? ¿Cómo alguien puede tener la vida ideal que presentan los comerciales de la tele y sentirse vacía?

Ahora vivo sola. Sigo luchando por el divorcio que mi ex se niega a darme, intento reconstruir mi vida emocional. Aún sueño con encontrar al hombre ideal (para mi), un Mr. Right que hará que el tiempo se detenga en cuanto nos veamos por primera vez. Pero cada vez pierdo más las esperanzas y a veces sólo me conformo con alguien divertido, que me quiera y sea una buena compañía.

Quizás mi ex tenga razón y mi problema es que me guardo lo principal. Es por eso que decidí ordenar mi vida a través de un diario. En el colegio lo hacía y eso me funcionó... O por lo menos eso creo. Ahora todo es confusión: el odio y el amor se mezclan, el desprecio y la atracción son uno, el miedo y la fascinación son dos caras de una misma moneda.

Quizás no saque nada en limpio, quizás sí. Mi amigo Óscar me dice que, aunque no consiga nada con esto, al menos tendré dónde descargarme cada vez que quiera. Tendré un confidente secreto y, quizás, un público anónimo y ajeno a mi vida que me ayudará a entenderme mejor.

En estos momentos, estoy en una relación bastante informal con un hombre con el que todo funciona a base de química y atracción sexual. ¿Me gusta? Mucho: es guapo, atento y siempre toma la iniciativa. ¿Me proyecto con él? No sé: es demasiado coqueto con las mujeres. ¿La pasamos bien juntos? Oh, sí, claro que sí. Aunque nuestra relación de pocos meses ya tenga sus altibajos... como una vez en que confundió mi nombre.

Pero supongo que eso le puede pasar a cualquiera... Yo misma a veces me despierto por las mañanas esperando encontrar a Julián a mi lado y tardo un par de segundos en hacerle entender a mi pobre inconsciente que ya no vivo con él, que nunca (espero) volveré a dormir con él, y que ese hombre a mi lado es Simón.

jueves, 14 de mayo de 2009

El origen de todo

Tengo 28 años y soy separada. Lo dije y qué, como diría cierto personajillo de la TV. Tengo 28, soy profesional y tengo un buen trabajo, sin embargo no he logrado equilibrar esa vida profesional exitosa con una vida emocional exitosa.

Me separé hace casi 5 años y desde entonces es como si hubiese tirado todos los contrapesos por la borda. Emocionalmente hablando claro, porque mientras eso que llaman corazón se debate entre hacerse monja o hacerse el harakiri, la Anaís profesional se pasea con su blusa provocativa, su falda ajustada y sus zapatos de taco, por oficinas alfombradas y gerencias varias.

No, yo no soy la femme fatal, aquel típico personaje de serie nocturna enfundada en un trajecillo chanel, seductora y comehombres. ¡Ojalá los hombres me llovieran así! En cambio, suelo relacionarme con puros pasteles.

Tampoco respondo al estereotipo de la mina de familia que busca desesperadamente casarse. Debe ser porque ya estuve casada. Aunque mi ex parece que todavía no se da cuenta que hay que conjugar el verbo en pasado. A veces me trata como si todo siguiera igual que antes, como si siguiera siendo “su chica”, aquella niña ilusa de segundo medio que se enamoró perdidamente del churrazo del colegio.

No, claramente hace tiempo que dejé de serlo. Aunque no sé exactamente cuándo… quizás fue cuando entré a la universidad y supe que hasta entonces había estado viviendo en una burbuja donde todo era brillante y rosado. En la universidad descubrí que esa niñita bien podía convertirse en la perra más sucia… y me gustó.

Lo tomé como parte de un crecimiento traumático, de una rebeldía pasajera. Y volví con Julián, nos casamos y jugamos a que yo era Barbie y el Ken y teníamos una vida soñada. Éramos jóvenes y pronto seríamos profesionales. Nos amábamos, sí. Yo lo amaba y realmente pensé que a su lado sería feliz.

Debería haber escuchado a mi abuela Irma. Ella pensaba que, en efecto, Julián era un buen chico y que ése era su mayor problema. “Mijita”, me decía cuando yo recién llevaba un par de meses como su polola y gritaba a los 4 vientos que me quería casar con él, “mijita, Juliancito es un amor, pero se nota a la legua que jamás le ha visto el ojo a la papa. Usted es joven, necesita vivir la vida y no jugar al papá y la mamá con ese mocoso metido en el cuerpo de un hombre”.

Sabia como siempre, vio mucho antes que yo el gran defecto de Julián: su dulzura empalagosa, su carácter de Peter Pan no asumido y su cartuchez crónica. A mí, en cambio, me costó 6 años de mi vida darme cuenta y otros 2 asumirlo.

No me importa tanto equivocarme como no volver a tropezarme con la misma piedra. Ya una vez intenté que todo fuera perfecto y me di cuenta que no se podía. Ahora no me interesa tener una vida perfecta, sino una con la que yo me sienta feliz.



 
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